Antes de arreglar el mundo da tres vueltas alrededor de tu casa, dice el viejo proverbio chino. En un segmento de la sociedad encantada de conocerse a sí misma, en la que se anuncia a bombo y platillo cada pequeño y mínimo gesto amable -sin que se les mueva el flequillo o el tocado- el halo de heroicidad amplificado por los medios y las redes sociales asusta, por no decir que indigna al que conozca de qué pie cojea el susodicho.

Estos especímenes suelen acompañar el relato de cada micro hazaña irrelevante con una buena campaña de autopromoción en la que los pavos reales en pleno apogeo de muestreo de plumas se quedan a la altura del zapato. Así, sin ápice de esfuerzo y sin gota de sudor en la camiseta, dedican gran parte de su jornada a trenzar su estrategia en la carrera hacia la máxima visibilidad, notoriedad y medalla si es posible, fotos mediante por supuesto. Estos campeones de escaparate, de los que casi todos conocemos algún delegado territorial, suelen tener paralelamente una serie de déficits en su entorno íntimo bastante relevantes. Empeñados en mostrarse ocupados abanderando causas sociales, y entre tanto, su casa manga por hombro y sin barrer, o dicho de otro modo, con pareja pero sin amor y los hijos arrinconados cual mueble de decoración esperando que los «disfrute» un rato.

Cuando las cosas se les tuerce mucho a nuestro pseudo-héroe, se le dispara un mecanismo de defensa en el que suele culpar al exterior de su infortunio, mientras busca alivio de nuevo puertas afuera: cambios fáciles de comprar en el paraíso de los comercios -por no mencionar otros más oscuros-, postergando el acto de mirarse al espejo, remangarse y ponerse manos a la obra con el problema, ocultándose en una huida hacia delante que terminará pasándole la factura con intereses, atropellado por la bola de nieve que él mismo ha creado. Mientras que tira los balones de la responsabilidad fuera de su cancha y busca la paja en el ojo ajeno, confía ingenuo en que el tiempo lo arregle todo sólo y vuelva a colocar las cosas en su sitio sin necesidad de pedir perdón o dar las gracias, haciendo desaparecer sus problemas con la varita mágica del silencio, la ignorancia o el homicidio del asunto mediante la sutil técnica del aburrimiento. Su esencia le llamará a gritos, para indicarle que sus hábitos no le están haciendo ningún bien. Su cuerpo le susurrará, luego le hablará y finalmente le enviará un aviso serio en toda regla a modo de enfermedad (amago de infarto, ictus, cáncer u otros innombrables).

Aunque a veces no es fácil escuchar las señales del corazón, por su bien y el de todos los que le rodean, sale mejor admitir y mirar los problemas de frente, con actitud constructiva y resolutiva. Eso sí que es de valientes.

@RocioTorresManc