Aunque en España hemos prestado poca atención al acontecimiento, en Washington se acaba de celebrar una importante cumbre sobre seguridad nuclear en un contexto particularmente complicado tanto por las frías relaciones entre Rusia y los EEUU, como por los recientes ataques terroristas en Europa (y en otros lugares) que dan actualidad a la posibilidad de que los terroristas puedan acceder a esta tecnología y utilizarla al servicio de sus siniestros propósitos.

Sobre la base del tratado de no proliferación nuclear (que permite el uso pacífico de esta tecnología), esta reunión ha seguido la estela de las anteriores de Washington en 2010, Seúl en 2012 y La Haya dos años más tarde. Es lamentable que la situación de interinidad política que vive España haya inclinado al presidente Rajoy a no participar porque el objetivo era muy importante: asegurar la adecuada vigilancia del material nuclear que pudiera usarse para fabricar bombas y prevenir la posibilidad de un ataque terrorista usando esta tecnología. O, en palabras del presidente Obama «impedir que las redes más peligrosas se hagan con las armas más peligrosas». Lo cierto es que con el paso del tiempo y la ampliación del club nuclear a países más problemáticos como Corea del Norte y Pakistán, se ha hecho necesario un mayor control pues, como recordaba recientemente un editorial del New York Times, hay actualmente en el mundo unas 1.800 toneladas de material nuclear en situación de vulnerabilidad potencial que es imperativo proteger mejor.

Se avanza. En los últimos años se han eliminado unas tres toneladas de uranio enriquecido, y países como Ucrania, Hungría, Uzbekistán, Turquía y Rumanía, entre otros, se han deshecho de la totalidad de sus reservas, mientras que Polonia y Kazajstán se han comprometido a reducirlas y Japón va a enviar su plutonio a los EEUU para degradarlo allí. Y 29 de los 52 países asistentes a la cumbre de Washington han adoptado un plan de ciberseguridad para sus instalaciones nucleares. Es el buen camino.

Pero no todo es positivo, pues la política interna norteamericana ha impedido invitar a Irán que es un ejemplo de lo que se puede lograr una vez que Teherán está cumpliendo el programa de desnuclearización que le ha impuesto la comunidad internacional. La cumbre también ha mostrado al mundo la frialdad de las relaciones ruso-norteamericanas, muy deterioradas desde la intervención de Rusia en Ucrania, la anexión de Crimea y la posterior imposición de sanciones por la comunidad internacional. Putin habla de ambiente de guerra fría (afortunadamente solo él lo hace) y ha decidido no acudir a la cita de Washington, lo que es grave porque ambos países concentran el 90% de las armas nucleares del mundo, unas 3.600 cabezas estratégicas. Aunque Washington ha reducido desde 1994 un 20% sus reservas de uranio enriquecido y Obama habló en 2013 de disminuir un 30% sus armas nucleares, lo cierto es que también ha apoyado el descomunal gasto de un billón (con b) de dólares para la modernización de su arsenal nuclear. Hay una cierta contradicción entre el fervor antiproliferación del presidente (discurso de 2009) y esta inversión para mantener a punto y con la última tecnología su armamento nuclear, algo que chinos y rusos utilizan como excusa para el desarrollo de sus propias armas. Hubo un tiempo, allá por los años 90, cuando rusos y americanos cooperaban para trasladar a Rusia los viejos arsenales nucleares soviéticos ubicados en Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, y aún en 2010 firmaron un nuevo tratado START para reducir los misiles balísticos intercontinentales. Pero desde entonces las cosas han cambiado mucho y hoy Moscú no quiere hablar de desarme mientras Washington no desmantele antes los misiles desplegados en Europa, que considera una amenaza sobre su territorio. Por vez primera en varias décadas no hay negociaciones sobre armas nucleares entre Rusia y los EEUU y tampoco hay proyecto de celebrarlas en un futuro. Aún es peor, porque Moscú se ha retirado del programa Nunn-Lugar que vigilaba la seguridad de los almacenes nucleares y se teme que sus actuales dificultades económicas (sanciones y bajada del precio del petróleo) se traduzcan en una menor vigilancia y control sobre materiales tan sensibles.

Porque el riesgo de terrorismo nuclear es real pues no sería la primera vez que se roban pequeñas cantidades de uranio enriquecido y tanto Al Qaeda como los japoneses de Aun Shinrikio han tratado de conseguirlo y de contratar expertos en su manipulación (lo mismo se sospecha de grupos chechenos). Según un reciente informe del Selfer Center de Harvard, Al Qaeda ha tenido un programa nuclear con el que ha llegado a hacer pruebas en Afganistán, aunque usando explosivos convencionales. Y se sabe que el Estado Islámico se ha interesado por la vigilancia y la seguridad de los reactores nucleares en Bélgica, donde algunos extremistas han llegado a trabajar en un pasado reciente. Es muy difícil hacer una bomba atómica pero fabricar una bomba sucia que utilice materiales radiactivos no es tan complicado y pone los pelos de punta a los responsables de seguridad pues los daños serían enormes.

Y mientras el mundo lucha contra la proliferación nuclear, Donald Trump ha opinado que para enfrentar el peligro que representa la enloquecida dictadura de Corea del Norte, lo mejor sería dar armas nucleares a Japón y Corea del Sur (!) ¡Que Dios nos coja confesados! Los españoles podríamos explicarle que la fórmula del café para todos no funciona...