Cuando Pedro se quitó su sudadera gris todos a su alrededor le miraron incrédulos. En los aledaños del Estadio Ciudad de Málaga todos vestían camisetas técnicas Under Amour, mallas compresivas Hoko, zapatillas Brooks€ pero Pedro llevaba una camiseta roja de algodón: «Llevo toda la vida corriendo con estas, he intentado cambiar a las vuestras, pero no puedo».

Pedro no iba a la última. Tampoco llevaba geles 226ers en su portadorsal, llevaba el dorsal cogido con cuatro alfileres.

El domingo pasado se celebró el medio maratón de Málaga, miles de corredores se dieron cita para hacer los 21 kilómetros de esta prueba. Desde la hora y-muy-poco de El Mouaziz hasta las casi tres horas de algún obcecado ráner. Esto de correr tiene tintes heroicos si queremos verlo así: auto superación, sufrimiento, exigencia, constancia. Sin embargo, un pequeño giro de guion puede convertirlo en una insensatez. El momento en el que la salud del atleta pasa a un segundo plano, el deporte pasa a ser una agresión innecesaria al bienestar.

La foto de un atleta inconsciente cruzando la meta soportado por un compañero no denota la nobleza de este deporte, sino la falta de cordura en torno a él. En las cajas de zapatillas -como en las de tabaco-, debería advertirse de los peligros que conlleva correr sin conocerse, sin preparación o sin una buena alimentación. Las modas tienen estas cosas.

El caso del atleta inconsciente es uno de cientos, como el de los dos corredores fallecidos ese mismo día. Correr sí, pero no todos podemos ser El Mouaziz. También tiene que haber gente como Pedro.