Los niños -esas criaturitas que nos ha enviado el Señor para que los hagamos hombres y mujeres de provecho- están a buen recaudo. Sin intención de ofender, a esa edad en sus respectivos colegios aprenden buenos modales, Matemáticas, Lengua Castellana, Inglés o Francés, en fin, si se detienen a pensar, creo que los mayores no tenemos claro si lo que queremos para ellos es que sean presidentes del Gobierno, médicos, generales o, simplemente, que sean personas de bien, lo malo es que sólo con eso último no comerán.

Como hubiera dicho mi difunta madrina, mujer inteligente donde las hubiera, pero, como no todo podía ser perfecto, cuando dejábamos de hacer la tarea nos daba unos pellicos retorcidos que nos levantaban de la silla. Eso sí, lo hacía «por nuestro bien y con todo el amor del mundo». «Recemos para que nuestros niños sean capaces de entender qué acciones les llevarán a ser personas de bien y qué otras los dejarán como nacieron». Eso decía mi difunta madrina.

Vamos a ser muy buenos, al menos hasta que se acaben de cerrar las puertas de las prisiones. Os juro que nunca se sabe lo que una puede haber hecho en sueños y dicen que eso también cuenta. Hacedme caso: Cuando gritan «¡agua va!» hay que ponerse uniforme de buzo.

El carácter de las personas ha cambiado mucho. Cualquier cosilla les sienta mal y te pueden llevar a la sombra una temporada. Algo bueno tiene tener setenta y cinco años como tengo yo, estoy segura de que, aún portándome muy mal, no me encierran. Lo que no he preguntado es si las puertas de los manicomios tienen o no las mismas normas. Por si acaso, seguiré portándome bien.