Seguro que algún ejemplar les cae cerca, así que vayan a buscarlo. La redondez de la cifra constituye una buena excusa, si es que alguna fuera necesaria. Nunca es tarde; a fin de cuentas algunos tuvimos una iniciación tardía, cerca ya de la treintena. Es cierto que habían existido ciertos escarceos previos durante la adolescencia -incluso en la infancia- y que uno acudía a la cita condicionado por ciertas leyendas urbanas y muchos condicionantes oídos en entornos diversos. Pero la cita era ya ineludible, y cuando ésta se produjo superó las más altas expectativas. Así que no se dejen intimidar y disfruten.

No faltarán quienes les reprochen la extravagancia. En esos casos es mejor hacer oídos sordos e ignorar las miradas de desconcierto de quienes nos rodeen. También es aconsejable acudir con la mente limpia de referencias visuales en la medida de lo posible: dibujos animados, grabados de Doré, fotogramas. De modo que, ahora que va a hacer 400 años que murió Miguel de Cervantes, abran Don Quijote de la Mancha y déjense seducir. Les prometo que, con la excepción de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, jamás me he reído tanto leyendo un libro. A carcajadas. El Quijote es tan ameno como divertido, pero además la antigualla conserva íntegramente su vigencia. Más de uno debió haber leído estas palabras del hidalgo hoy día: «Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre».