Patxi López ha dicho desde la altura institucional que le confiere la presidencia del Congreso algo que todos más o menos ya hemos metabolizado: los partidos españoles no quieren saber nada de diálogo y, además, no han entendido el mandato de las urnas del pasado 20-D. Pero el hecho de que, tanto Patxi como el resto, nos hayamos percatado de ello no significa que si se repiten unas elecciones, algo bastante probable en estos momentos, los electores no vuelvan a votar por los mismos, y los mismos, a su vez, se encarguen de hacer de nuevo lo propio llevando al país a un limbo de la ingobernabilidad. El tetrapartidismo, Patxi, además de ser igual de frentista que el bipartidismo resulta bastante más difícil de gestionar por el mayor número de políticos visigodos de pata corta enfrentados que concita, incapaces de entenderse. Y, sin embargo, lo más lógico son otras elecciones. López ha visto que el tiempo avanza inexorablemente y nadie quiere reunirse con nadie pero el optimismo no le abandona. Sostiene que la esperanza es lo último que se pierde y que «es necesario negociar» para devolverle al pueblo la ilusión de un gobierno que resuelva sus problemas. Dicho de otra manera, Patxi López suspira por ese «último cartucho» de Pedro Sánchez tras el rechazo de las bases de Podemos al pacto de PSOE y Ciudadanos. El 91 por ciento de esas mismas bases, al parecer, está dispuesto a apoyar un gobierno de coalición con los socialistas e IU, con el inconveniente de la aritmética endiablada de tener que contar con los separatistas. Iglesias anima al PSOE a que pregunte a sus militantes qué les parece. Si este estrafalario pacto dependiera de las urgencias de Sánchez por llegar a la Moncloa y de López por seguir dónde está no habría nada más de que hablar. Por eso, Patxi, el hombre, lo vende a su manera.