Bueno, amigos, otra vez juntos. Hoy me bulle la prisa porque me voy a visitar a nuestra vecina, la Giralda, unas horas, no más, porque el clima sevillano me da un poco de alergia: ¡Los años, amigos! Qué le voy a hacer, siempre os dije que era «casi perfecta». Me da repelús hasta Robert Redford. Un defecto tenía que tener.

Fiesta a la vista: El domingo, un grupo de habitantes españoles de aquel pueblecito norteafricano singular, que hemos sobrevivido a «la tempestad de la vida» -qué bonito- nos reuniremos de nuevo portando nuestras mejores galas, para celebrar que continuamos vivos.

El evento tiene unas reglas muy singulares: debemos disfrutar de la velada como si fuera la última y no tuviéramos que dar cuenta a nadie de lo que hacemos. ¿Bonito? Mucho. Como somos buenos brindaremos por los ausentes, vivos o no porque aquel que no tiene amigos, es muy pobre, tanto que no le quieren ni en el infierno. Pena, penita, pena.

Ya me he comprado un bonito vestido color cereza, porque ser anciana y vestirse con trapillos es terrible o eso dicen, yo aún no he llegado a esa terrible edad en la que los humanos se sienten muy tristes, muy solos y aburridos. ¿Quién se aburre con un libro cerca?

Cuando llegue a los ochenta os lo contaré. Y les prometo que no mentiré, siempre pensado que la alegría nos da vida, aunque sólo sea un segundo.

Sumando, sumando ¡qué alegrón, Virgen del Carmen!

Bueno, amigos, la próxima semana os contaré como me ha ido. Cuando esté a su lado os recordaré con mucho cariño.