Otra interpretación de los obstáculos que impiden la formación de un gobierno no señala a los líderes, ni a los partidos, sino a la rebelión de los electores. En síntesis, se trataría de que ni los nuevos líderes ni los antiguos que aun permanecen, ni las organizaciones centrales de los partidos, cuentan con la garantía de la estabilidad de sus votos en unas nuevas elecciones ante los posibles acuerdos para formar una mayoría sólida.

Los socialistas han estado divididos sobre la incorporación de Podemos al acuerdo a tres bandas porque su electorado es remiso a aceptarlo. Ciudadanos no podría sujetar al suyo altamente sensibilizado con la cuestión nacional catalana y con un pacto con la izquierda radical. Y Podemos -como le ha pasado siempre a Izquierda Unida- tiene en sus bases unos sentimientos fuertemente antisocialistas.

Estamos pues con el problema de fondo de partidos debilitados, o partidos emergentes con una estructura asamblearia y muy fragmentados orgánicamente, o ideológicamente eclécticos en cuestiones políticas y económicas, pero muy rígidos en cuestiones de estructura territorial. Mientras tanto, el Partido Popular, que se ha desangrado por su izquierda hacia Ciudadanos, mantiene los apoyos de su electorado de centro y derecha, pero con el goteo dañino de la corrupción, y el escándalo de la connivencia entre política y negocios con la que una parte de sus dirigentes han identificado la militancia. Aunque eso no parezca hacer mella profunda en su electorado más fiel, le inhabilita para su aspiración a una gran coalición con la oposición socialista. Rajoy está pagando carísima su oposición a Zapatero, que se ha llevado por delante la confianza de la ciudadanía en la política.

En momentos de crisis los liderazgos son indispensables. Y tampoco contamos ahora mismo con líderes fuertes y carismáticos. Las concesiones, que son la base de los pactos políticos, resultan así imposibles. Nada que ver con las renuncias de Felipe González al marxismo, Suárez al Movimiento y Carrillo a la bandera Roja y a la República con las que se edificó la democracia española de 1977. La Transición tuvo éxito además por la memoria de la Guerra Civil en aquella generación. Ésta de ahora no tiene un pasado que le empuje al consenso; tendría que aprenderlo en los libros. Tampoco tiene un entorno europeo favorable. Todo es más difícil.

¿Qué salidas quedan? Si no hay un cambio en el electorado, resultará imposible o inestable cualquier opción de pacto que realice las reformas que necesita el país. Sin ello, los actuales dirigentes y sus partidos se encuentran atados y sin posibilidad de maniobra. ¿Es suficiente lo ocurrido en estos meses para orientar el voto en un sentido diferente y conformar desde la ciudadanía una mayoría sólida? ¿Cómo habrán interpretado los electores el esfuerzo de Sánchez -el único líder que ha arriesgado ante la oposición interna- y Rivera, la negativa de Podemos y el «espléndido aislamiento» de Rajoy? Todo parece indicar que no modifican sustancialmente su actitud. Así que, salvo sorpresas, seguiremos en un callejón sin salida. Tenemos más preguntas que respuestas.

Mientras haya esta rebelión de los electores, los partidos políticos y sus líderes van a tener muy difícil pactar. Las concesiones aventuran tales costes electorales que los líderes se juegan el liderazgo y la cohesión interna. Además, en situaciones extremas se cede siempre que la confianza interna sea indiscutible. Así que lo que nos está pasando no es fruto de la cerrazón e intransigencia de Pedro Sánchez, Rivera e Iglesias, incluso Rajoy, sino de su debilidad. Nadie está dispuesto, o mejor dicho nadie puede realmente ceder y eso es lo preocupante. Porque hay otra variable inquietante: el desequilibrio social que crece en la sociedad española y está desesperanzando a sus capas más débiles y jóvenes y alimentando en la debilidad de sus opciones políticas.

En todo este proceso ha estado ausente el amplio espectro de los que podrían conformar la opinión, el mundo intelectual, paralizado por la pérdida del prestigio moral de la política. Y Podemos, un partido creado y dirigido por universitarios muy ideologizados, carece en cambio de una estrategia de consenso.

No ha habido una corriente ética que sostenga la necesidad del pacto -la memoria de la guerra civil de la Transición-, no ha aflorado la enorme responsabilidad de no pactar en una sociedad en crisis profunda y general. Una suma preocupante de ausencia de los resortes necesarios para alimentar el funcionamiento de la democracia.

*Fernando Arcas Cubero es profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga