Y en este punto, el país parece cada vez más cerca de un regreso al futuro, que no es más que un retorno al pasado, es decir, unas nuevas elecciones. Se nos escapa el tiempo del consenso para los pactos y entre ocurrencias y actuaciones desafortunadas -la propuesta de Ciudadanos de ceder el paso a un presidente independiente y la crítica a la prensa de Pablo Iglesias por hablar mal de su partido personalizándola en el trabajo de Álvaro Carvajal, periodista de El Mundo-, los partidos miran los sondeos, preparan estrategias y hablan ya en un lenguaje de campaña electoral.

Mientras no se demuestre lo contrario, y el tiempo corre en contra y cada vez es más escaso, parece que vamos a asistir a un primer fracaso de esa cultura de pactos, tan necesaria para formar un gobierno y establecer una labor de regeneración democrática. Si esa fue la voluntad de la ciudadanía tras el 20-D, los políticos no han hecho más que defraudarla: los que lo intentaron por su fracaso, los que no lo hicieron por su propia estrategia y mientras asistimos a una teatralización de la política que no conocíamos que no puede ocultar pugnas internas dentro de los partidos y sus liderazgos.

Fuera de la clase política, la sociedad es tozuda en demostrar la necesidad de ejemplaridad pública y de controles y legislación eficaz ante los casos y la imaginación en las formas que adopta de corrupción política y el fraude fiscal. Lo peor de los Papeles de Panamá no era saber que había políticos bien conocidos por casos de corrupción política que participaban en empresas offshore, si no que resultaban una costumbre bastante extendida entre personalidades del mundo de la cultura, el deporte, la empresa, es decir, la sociedad civil.

Lo que está claro es que el ejercicio de la gobernabilidad de hoy es más difícil y exige más equilibrios que el de hace unas pocas legislaturas y hace falta poner los cinco sentidos en desear pactar para gobernar por encima de otros factores porque la política no es una aritmética fácil. Si se piensa simultáneamente en pactos, en las elecciones, en la situación interna del partido o en el propio liderazgo, se fracasará. Como ha afirmado acertadamente Sandra León en «Pactar, Ganar y Unir»: «La lección para los partidos es que la formación de Gobierno está abocada al fracaso si se negocia pensando al mismo tiempo en elecciones y pactos. Lo primero conlleva marcar líneas rojas, lo segundo implica diluir fracturas ideológicas o territoriales. Si a ello se añaden las limitaciones derivadas de los equilibrios de poder interno en cada partido, el triángulo de objetivos -pactar, ganar si hubiera elecciones y minimizar las divisiones internas- se vuelve imposible. La obsesión de los partidos por evitar la culpa del fracaso revela que el latente pulso electoral ha sido el factor más influyente en las negociaciones, con ciertos matices. Pedro Sánchez pactó con Ciudadanos en gran parte forzado por una batalla de liderazgo dentro su formación. Su papel en la negociación le ha otorgado visibilidad, pero el pacto con Rivera puede debilitarle electoralmente, bien porque desvirtúa su crítica a Ciudadanos o porque las cesiones sean penalizadas por la izquierda. La estrategia de Podemos ha estado dominada tanto por el atractivo de ir a una segunda vuelta como por los equilibrios de poder interno. En cambio, con una organización interna relativamente controlada, a Ciudadanos el pacto con el PSOE le ha proporcionado el protagonismo que perdió tras el pinchazo del 20-D, algo que la opinión pública parece estar premiando.

Finalmente, el PP es un partido secuestrado por la estrategia de supervivencia de Mariano Rajoy, quien lo fía todo a unos nuevos comicios».

A esto se suma el que los ciudadanos prefieren que se forme gobierno a unas elecciones pero no se sabe exactamente cómo puede afectar, positiva o negativamente, la conducta de los partidos por haber contribuido, más o menos decididamente, a los pactos en los resultados de próximas elecciones. Ese el dilema de Pedro Sánchez, el capital político de Albert Rivera y, paradójicamente, lo que mantiene fresco en las encuestas a Mariano Rajoy. Mientras, Pablo Iglesias trabaja las alianzas, en este caso, con IU-Unidad Popular, de Alberto Garzón, uno de los líderes mejor valorados para intentar conseguir el sorpasso. Sea como sea, lo más probable es que los líderes y los partidos tengan que enfrentarse de nuevo a pactos.

Al final, esto será como en Night Moves, de Arthur Penn, cuando recordamos la secuencia en la que la esposa de Harry Moseby llega a casa tras estar con su amante y le halla viendo un partido de fútbol americano y le pregunta «¿Cómo va el partido, quién gana?», y él responde «Nadie? Unos pierden más que otros». Seguramente, nadie ganará del todo, unos perderán más que otros, y las diferencias no serán muy amplias, ni muy distintas a las de hoy. Será el momento de plantearse de verdad, la nueva cultura del consenso.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga