Estos días me ha dado por volver la vista atrás y repasar, por encima, mis diez años como redactor de tribunales de La Opinión de Málaga, de los cientos y cientos de páginas de los casos Malaya, Troya, Minutas, Acinipo, Pantoja, Wanninkhof o Carabantes; de las innumerables peripecias que hemos protagonizado mis compañeros y yo para conseguir sumarios, informes y autos con los que contarles cómo se lo montaban algunos para mangar mientras daban lecciones de ética y moral al resto. Cómo repartía tabaco entre los policías que habían detenido a unos cuantos abogados imputados por delito fiscal para que contaran algunos detalles con los que informar a nuestros lectores; aquellas guardias eternas a las puertas de los juzgados de Marbella soportando el desprecio con el que algunos de los mayores delincuentes de principios de siglo trataban a los plumillas allí apostados; de los viajes a esa ciudad para contrastar informaciones con sus protagonistas; de algunas entrevistas para localizar a los fugados más mediáticos de los últimos quince años; de aquella información que hablaba sobre la conjura, casi perfecta, de varios abogados e imputados en Malaya para dinamitar el juicio, de las informaciones sobre convenios urbanísticos que trataron de despatrimonializar marbella o de los primeros informes que hablaban de la operativa de blanqueo de Isabel Pantoja. De todo eso me acuerdo estos días y también tengo un grato recuerdo de Miguel Ángel Reina, uno de los mejores periodistas de sucesos que ha dado la ciudad; o del trabajo que he desarrollado con su sucesor, Jose Torres, otro incansable periodista de raza, en innumerables casos con el fin de arrojar luz allá donde no había un hilo del que tirar y siempre, pese a todo, acabamos encontrando algo que contar, que se paren las rotativas, que llegamos tarde a la redacción y hemos de poner en negro sobre blanco los innumerables negocios que tenía el Padrino irlandés en la Costa del Sol, o aquella eterna tarde en la que Virginia Guzmán, jefa de Local de esta santa casa, Torres y yo sumamos hasta la extenuación, una y otra vez, el montante total de lo blanqueado en Malaya; o aquella noche de enero de 2007 en la que Martín Serón, con las esposas puestas, gritaba a sus conciudadanos: «Vienen a por el PP», mientras la Udyco revolvía los papeles de su despacho buscando las pruebas de un soborno que acabó probándose en juicio. O aquel día de mayo de 2007 en el que Pantoja fue detenida y aquí nos dejamos los riñones para contar en qué consistía su delito. Todas esas imágenes inconexas se suceden ahora en mi memoria y sonrío con cariño y añoranza, pensando en lo que aún nos queda por contar. A por la próxima historia.