Leo una entrevista con Risto Mejide en la que le preguntan por su epitafio. «Su anuncio aquí», responde llevando a las últimas consecuencias su pasión por la publicidad. «Su anuncio aquí». Genial. No sería raro que el neoliberalismo rampante, tomándose su ironía al pie de la letra, se pusiera a ello. Cierro los ojos y trato de hacerme una idea. Veo las tumbas con sus crucecitas y sus ramos de flores y en cada lápida un anuncio de Coca Cola o de Aero-Red. Este último, el de Aero-Red, me seduce. Por alguna razón inexplicable, resulta pertinente que un cadáver promocione un fármaco contra la acumulación de gases. Las lápidas de los fallecidos por accidente de tráfico deberían reservarse para las marcas de los automóviles en los que perdieron la vida. Siempre me he preguntado por qué los fabricantes de coches no hacen homenajes póstumos a sus víctimas involuntarias. Sería fantástico que Audi o Volkswagen rindieran honores póstumos a los caídos por su marca. Continúo realizando mi paseo imaginario por las avenidas de ese cementerio fantástico y entro ahora en una calle en cuya primera tumba se anuncia una empresa de reformas. El problema es que está medio rota, lo que parece una contradicción, pues también la muerte, como la vida, tiene sus contradioses. Ahora paso por delante de un panteón enorme, de gente muy rica evidentemente, financiado por Mercadona. Creo que esta empresa no hace publicidad pura y dura, pero quizá podría sacársele algo de patrocinio. Estén atentos los supermercados pequeños porque, si la idea prende, adquirirán los espacios importantes las grandes firmas de distribución y a ustedes solo les quedarán las migajas, es decir, los nichos, donde la publicidad de su empresa será más barata pero también menos efectiva. Releo lo escrito y me da la impresión de que me está saliendo una columna un poco siniestra. Todo por culpa de Mejide sobre cuya lápida nunca pondría «Su anuncio aquí», ya que habría cola para comprar ese ese espacio. Lo que me pregunto, y le pregunto a Risto, es qué producto funcionaría mejor una vez conocida la identidad del difunto que reposa debajo del reclamo.