Los votos del sorpasso que pretenden Podemos e IU para superar a los socialistas en junio provienen de una radicalización política que incluye a Arnaldo Otegi al que algunos quieren ya convertir en paladín de la paz y de las libertades. Gracias a la gentileza de los presumibles nuevos socios, Otegi ha empezado a blanquear su pasado etarra en Europa impartiendo conferencias sobre la defensa de los derechos humanos. El asunto tiene bemoles y haría sonrojar a cualquier persona con dos dedos de frente y, sin embargo, la nave va, como en aquella película de Fellini, en medio de las procelosas aguas del descerebramiento.

Podemos-IU, en espera de llegar un acuerdo que los haga viables como matrimonio de conveniencia, pueden cosechar muchos votos de los desenganchados del bienestar y del sistema: la pretensión de darle la patada al caldero sigue siendo el mayor argumento de esta izquierda anfitriona de Otegi en Bruselas. Pero, por el mismo motivo, podría salir también el cálculo de Errejón de que lo que viene por un lado se aleja por otro. Apoyo por la izquierda, deserción por la derecha: la ecuación no es descartable. El caso está en averiguar hasta dónde alcanza la fe socialdemócrata y cuáles son sus armas para enfrentarse al riesgo del adelantamiento. De resistir, el panorama tampoco sería demasiado fácil para los socialistas: acercarse a una gran coalición por la derecha o echarse en manos de quienes quieren pasar por encima de ellos.

El tetrapartidismo nos ha traído, además de falta de entendimiento, desenlaces poco claros y apenas soluciones debido al endiablado reparto del voto. En situaciones así, además de regeneración, hace falta un mensaje claro de los partidos del sentido común que permita a los electores cabales saber lo que se están jugando y dónde se están metiendo.