El PSOE, dijo Pedro Sánchez en un mitin reciente de su partido, es la socialdemocracia. La socialdemocracia es una fuerza política que ha surcado la historia de las sociedades avanzadas en el último siglo. Resultado de una combinación de las dos tradiciones ideológicas dominantes en el mundo moderno, el liberalismo y el socialismo, ha forjado un equilibrio entre los principios de la libertad y la igualdad que no se da en ninguna otra parte. El teórico más destacado del PSOE renovado que conocemos, José María Maravall, ha caracterizado el socialismo de nuestros días como un reformismo radical, o, dicho en otros términos, un liberalismo de izquierdas, que sería a fin de cuentas el auténtico liberalismo. Pero la socialdemocracia se encuentra, aquí y allá, en una encrucijada. Su primera seña de identidad, el Estado de bienestar, ha caído en una extraña e incierta situación: al mismo tiempo que forma parte del núcleo de la cultura política de los europeos, se cuestionan sus supuestos, y sus políticas y su financiación están siendo sometidas a revisión. La globalización se presenta como una amenaza que enturbia la vida política de las democracias consolidadas y la respuesta de los partidos socialdemócratas no satisface a un gran número de sus votantes que, decepcionados y aun sin estar muy convencidos, se deciden a explorar nuevas fórmulas.

La crisis ha acelerado este proceso en España. Tanto o más que el multipartidismo, lo que marca la política nacional es la tendencia a la polarización. Y el PSOE está en riesgo de convertirse en el principal damnificado político. Es el partido con el porcentaje más elevado de votantes que admiten que en las elecciones de diciembre lo votaron porque es el partido al que siempre han votado, pero este dato, en la actual coyuntura de gran volatilidad electoral, lejos de alentar sus expectativas, presagia derrota segura. Según las estimaciones hechas a partir de la última encuesta publicada, en las próximas elecciones sufrirá el mayor retroceso y podría verse relegado al tercer puesto en votos y en escaños por la coalición que han formado los partidos situados a su izquierda. Una veintena de escaños pende del fino hilo de un puñado de votos.

Las decisiones adoptadas en sus relaciones con otros partidos ponen al PSOE en una difícil tesitura. De ser llave para la formación del Gobierno, cualquiera que fuese el color político y la composición del mismo, ha pasado a sumirse en un estado de perplejidad, si no de ambigüedad, que desorienta a los electores, sobre todo a los que ya de hecho lo votan, a los que dejaron de hacerlo condicionalmente y a sus potenciales nuevos votantes. Las declaraciones de sus dirigentes, a veces contradictorias, seguidas de la propuesta valenciana de lista conjunta de izquierdas para el Senado y el pacto en el Ayuntamiento de Barcelona, han aumentado la confusión. Desde que se frustró el intento de obtener la investidura, por la falta de apoyo de Podemos, el PSOE aparece desfigurado, sin una línea política clara. Sin embargo, no puede esperar más para tomar una dirección, porque la campaña electoral, después de una breve pausa, está a punto de comenzar y el resto de los partidos, en particular el PP y la coalición de izquierdas, tienen su posición y su estrategia bien definidas.

La dificultad del PSOE consiste, sobre todo, en identificar a su competidor principal. Puede ser, como ha sido hasta la fecha, el PP, o puede ser, porque supone un peligro inminente, la coalición liderada por Podemos. La recuperación electoral del PSOE sólo puede darse si consigue el apoyo de una amplia franja de votantes ubicados en puntos de la escala ideológica que representan desde el centro hasta la izquierda moderada. Unos prefieren un acuerdo con Ciudadanos, e incluso con el PP, y otros son más partidarios de buscar coincidencias con Podemos. Pero dar prioridad a la pugna que mantiene con su rival de izquierdas traería a buen seguro, en breve plazo, nefastas consecuencias para su pretensión de permanecer en el centro de la arena política.

En un sector de las filas socialistas se percibe un creciente rechazo a cualquier trato con Podemos. Preguntado por un periodista alemán sobre la posibilidad de una gran coalición, Pedro Sánchez necesitó un largo silencio para encontrar una respuesta. Al cabo de unos segundos que se hicieron eternos sólo fue capaz de pronunciar en un tono casi inaudible las palabras de rigor, que luego a la vista de las interpretaciones que se hicieron de ellas la oficina de prensa del partido quiso precisar, logrando oscurecerlas un poco más. Millones de electores esperan una decisión del PSOE y un liderazgo que sea capaz de sacar al partido del delicado estado de salud en que está. Se está pintando el nuevo mapa político de España.