No sé si se debe a este radiante sol aparecido tras la manta de agua caída a finales de mayo, pero lo cierto es que parece que la época estival ha llegado para quedarse, por fin. De hecho ya huele a verano, a despacho cerrado por la tarde, a guiri empapado en aftersun, a niño gritón y descalzo que se quema los pies camino de la ducha, a padre embobado mirando de refilón el culo de la vecina, a jarra de sangría barata, a barriga metida, a minifalda necesitada y a corbata sobrante, a notificación arrugada, a paella pasada, a espeto incandescente.

Ya huele a festival veraniego, a concierto en la playa, a moraga con amigos y a café de sobremesa, a atasco para todo y a correr para nada, a acentos finos del centro y expresiones secas del norte, a falta de aparcamiento, a insoportable citación a las 13.00, a equilibristas del paseo marítimo, a toga sudada, a cerveza helada, a cine descapotado, a cincuentón marcando paquete, a funcionarios de vacaciones, a fiscales suplentes y a jueces alérgicos a la sala de vistas.

Ya huele a revisión del coche, a camping atestado, a hotel impersonal, a kilómetros de distancia, a selfie envidioso, a comida en familia, a quiero y no puedo, a juicio suspendido, a mano pringosa, a helado derretido, a paseo compartido, a gorrón familiar, a media ración de calamares, a jura de cuentas y a calor sofocante, a barco de otro, a gordo haciendo la croqueta en el rompeolas, a recuerdo de la infancia, a me tiro de bomba, a niño las dos horas de la digestión, a melón insípido y a sandía con bocado de menos.

Ya huele a camarero graciosillo, a rumba y a bachata, a pastillas de Fogo y Aután en espray, a canción del verano, a barbacoa en la que descubres que no eres argentino, a bañador que no entra, a libro de bolsillo, a liga aplazada, a mail que no llega, a Lexnet que se bloquea, a reforma por estudiar, a cita que sobra, a fax desenchufado.

Ya huele a marca de bikini, a fruta del tiempo, a tarta helada, a chiringuito astillado, a infantas en Marivent, a buganvilla de casco antiguo, a ambientador del taxi, a chino que no cierra, a ventilador infinito, a Polo Norte deshelado, a hombre del tiempo ocioso, a último rumor de revista, a posado de la Obregón y al final de temporada de tu serie favorita, a estrenos de superproducción, a refrito televisivo, a anuncios depilatorios, a cliente coñazo, a cálido trasnoche y a pirómano cabrón.

Ya huele a medusa flotante, a siesta sin cargo de conciencia, a sombrilla que atraviesa el núcleo terráqueo, a lindero con toallas, a pandilla de siempre, a junta de propietarios, a sandalias cangrejeras, a en mis tiempos todo esto era campo, a mecagoentó cuando el mar te roza los riñones, a estilismos imposibles, a cuarentona disfrazada de veinteañera, a boda de tu prima la del pueblo, a pescaíto frito, a mesa electoral sin aire acondicionado, a colegios cansados e hijos eufóricos.

Ya huele a crucero por el Mediterráneo, a maletero dado de sí, a renovación de pasaporte, a filetes empanados, a enésimo intento de pescar, a dama de noche, a mosquito vampírico, a cloro de piscina, a termómetro in crescendo, a sucedáneo de famoseo, a abuela en el rebalaje, a recinto ferial, a escapada a Conil, a Gin Tonic en Pedregalejo, a barra de Bigote, a esguince de tobillo en hidropedal, a tienda de campaña, a deportes de aventura, a si lo sé no vengo, a calima y a terral, a sal y a salerosa.

Ya huele a mezcla de colonias, a terraza de césped artificial, al toldo de Larios, a ya no hacemos el polo Dracula, a juzgado de guardia, a letrado de oficio, a noche estrellada, a Camino de Santiago o a su diminutivo monárquico, a ensalada fresquita, a discusión sobre si la porra lleva pimiento, a sustituta de Ana Rosa Quintana, a subida de la gasolina, a Eurocopa de fútbol y lo mejor de todo, huele a plazos que no corren.

Ya huele a verano. A disfrutar.