En el fútbol estamos acostumbrados a que los resultados lo tapen todo, o casi. Por eso el Madrid corre un grave riesgo ahora mismo de no tocar nada después del éxito que supone ganar la Liga de Campeones. Eso fue lo que pasó hace un par de temporadas y ya se ha visto cómo han andado en el alambre los blancos desde entonces. De acuerdo en que un trofeo como el de la máxima competición continental de clubes vale muchísimo, hasta el punto de salvar una temporada en caso de ganarlo, pero de ahí a justificar todo por ello va un trecho que el Madrid no debería recorrer, siempre y cuando, claro está, quiere estar sometido menos a la zozobra de depender de la pegada prácticamente en exclusiva de sus futbolistas.

Sabido es que la cúpula madridista -Florentino Pérez, como quien dice- se instala en la autocomplacencia sin ningún empacho, lo que por otro lado no es nada de extrañar cuando se cree tanto entrenador como director deportivo y sin posibilidad de equivocarse en ninguna de sus decisiones, autoinvestido como está de la omnisciencia futbolística. A Pérez se le llena la boca cada vez que procede al cambio de un entrenador apelando a la búsqueda de la excelencia, pero en la práctica lo que comprueban los seguidores madridistas en particular y los aficionados al fútbol en general es que procede a un vaivén sin ton ni son.

En el Madrid se pasa de polos tan opuestos como lo que representan José Mourinho y Carlo Ancelotti para dirigir al equipo como si fuese lo más natural del mundo, para cambiar sin problemas el rumbo de nuevo con Rafa Benítez como relevo del italiano y volver de alguna forma a lo que predicaba el sucesor del portugués, en forma de Zidane, que fue además ayudante suyo. Con Zidane el Madrid ha renovado el éxito que logró con Ancelotti, pero siempre en el filo de la navaja. Nunca convenció Ancelotti y de momento tampoco lo ha hecho Zidane, lógicamente desde el punto de vista de armar un equipo como tal, poderoso, dominador, no un conjunto de estrellas que hace casi cada uno la guerra por su cuenta.

El Madrid es tan poco como equipo que le cuesta una barbaridad ganar la Liga, la competición de la regularidad, aquella en la que hay batirse el cobre jornada a jornada, con equipos muy inferiores a ti pero que no por ello en muchas ocasiones te lo ponen en bandeja; de hecho desde la vuelta de Pérez como presidente sólo la ha ganado una vez, y ya se han disputado siete. Y no ha sido por falta de gasto porque no hay club en el mundo que gaste como el Madrid. El presidente del Madrid no tiene ningún problema en batir record tras record de traspasos, seguro que con la mejor de las intenciones pero con criterio casi nulo a la hora de dotar de equilibrio a la plantilla.

Al Madrid le faltan centrocampistas, muchos, y le sobran mediapuntas, demasiados. Con tal descompensación es evidente que el equipo sufre, sin ir más lejos el sábado mismo, ante un Atlético que ni siquiera tuvo su mejor día. Las carencias son tan enormes que se quiere convertir en figura a Casemiro porque de vez en cuando corta balones, cuando estaría bueno que no lo hiciese dada la zona en la que se coloca. Pero el brasileño tiene tan poco fútbol en sus botas que se aparta prudentemente cuando el Madrid se hace con el balón, o lo recupera, en la zona de atrás y no participa para nada en la creación, lo que es de lo más llamativo en un equipo del nivel técnico del Madrid, que disponga de un jugador tan limitado. Tratar de ponerlo a la altura de futbolistas como Xabi Alonso o Sergio Busquets, similares a su radio de acción, no tiene ni medio pase.

El éxito alimenta la ofuscación, el aplazamiento de medidas necesarias, y más cuanto más radicales se precisen, empezando por dotar al equipo de un estilo de juego. Así se hacen grandes los equipos, siendo reconocibles y trabajando de forma continuada sus puntos fuertes y limando los débiles. El Madrid es ejemplo de lo contrario, de improvisación y políticas cortoplacistas. Que es difícil tomar medidas duras cuando las cosas van bien, sin duda, pero eso es lo que distingue a los buenos dirigentes de los del montón, o de los que salen del paso únicamente a base de dinero y dinero.