Probablemente convencido de que estaba ante el mismo demonio, un empresario preguntó el otro día a Pablo Iglesias si creía o no en Dios. Esta, como saben los teólogos, es una vieja prueba a la que se somete al Maligno para delatar su presencia cuando no resulta evidente el olor a azufre. Dado que la mayor astucia del diablo es hacernos creer que no existe, su contestación en casos así ha de ser necesariamente ambigua.

La respuesta de Iglesias fue mejor que la pregunta y de mucha más finura teológica, dónde va a parar. Dios, vino a decir, es un «significante en disputa», para añadir a continuación que su actual delegado en la Tierra, el papa Francisco, afirma cosas muy sensatas. De su papismo ya habíamos tenido noticia anterior cuando el entonces eurodiputado jaleó con tuits de «¡Bravo, Bergoglio!» al pontífice que denunciaba ante el Parlamento de Estrasburgo el «secuestro» de la democracia por «los poderes financieros». Lo de Dios ya es nuevo.

Discípulo aventajado del expresidente Zapatero, el líder de Podemos aplica a la divinidad el mismo juicio que la nación le merecía al primer ministro socialdemócrata. Si para este el de nación era un «concepto discutido y discutible», para Iglesias, el inefable Ser Supremo constituye también un «significante en disputa». Lo expresan de distinta e igualmente alambicada manera, pero lo cierto es que están diciendo lo mismo.

Quizá sorprenda que los empresarios del Círculo de Economía convocasen a Iglesias para interrogarle sobre cuestiones teológicas, en lugar de las financieras que se suponen propias de su ramo. Pero todo tiene su explicación. Lo que querían preguntarle, en realidad -y así lo hicieron- es si el candidato a presidente o vicepresidente del Gobierno cree en la propiedad privada o les va a expropiar sus empresas.

Iglesias estuvo fino como buen teólogo de la escuela de Lenin y se limitó a decirles que profesa la fe en la «cultura del esfuerzo». Una respuesta que tanto vale para ensalzar al trabajador estajanovista como para dar coba a los emprendedores, aunque esto último resulte menos probable en su caso.

El jefe de Podemos había aventurado hace un año, cuando no se le invitó a participar en el encuentro empresarial, que tampoco le importaba gran cosa ese olvido. «No nos van a llevar a esta reunión a darnos caviar y vinos muy caros para poder hablar con nosotros», dijo entonces. Felizmente, ahora ha cambiado de opinión.

Gracias a la presencia de Iglesias en el círculo del dinero de Sitges se pueden plantear -y de hecho, se han planteado- graves asuntos de teología monetaria. No ha de ser casual, desde luego, que los empresarios le pregunten por la existencia de Dios, si se tiene en cuenta que ya Max Weber vinculaba la ética protestante, y en particular la de Calvino, con el espíritu del capitalismo.

Más aún que eso, la economía capitalista de mercado ha sido definida últimamente como una forma de «pensamiento único» o catecismo, que es rasgo propio de cualquier religión. Iglesias milita más bien en la doctrina adversa de la empresa pública y del Estado propietario de los medios de producción, lo que sin duda constituye un excelente motivo de debate para los teólogos del dinero.

Quizá así se explique la extraña inquietud de ese empresario que no pudo resistir la tentación de preguntarle a Iglesias sobre su creencia en la divinidad. A saber en qué Dios estaba pensando.