El mantra de «político limpio» que dirige una organización con dirigentes procesados y un pasado reciente más que turbio no le sirve a Pedro Sánchez. Como no le serviría a ningún otro. El líder socialista, sin embargo, se ha empeñado en abanderar la inocencia imposible. A mí que me registren, viene a decir, cuando le inquieren por los compañeros Chaves y Griñán, acusados de prevaricación en el caso de los falsos ERE de Andalucía. A él nadie le va a estropear la coartada que ya esgrimió contra Mariano Rajoy en aquel debate televisivo que incendió la campaña del 20-D y tuvo serias repercusiones en el desentendimiento posterior. Entonces recalcó que era un político honrado, y hoy cuando le preguntan sobre la decisión del juez de procesar a los dos expresidentes andaluces lo sigue manteniendo. Pedro Sánchez, ni un mal gesto ni una buena obra, sin experiencia política en el poder, porfía en la honradez del que no ha tenido hasta ahora la oportunidad de traicionarla. No hay más, señoras y señores. El resto supone abonarse a la confusión. Es precisamente en ese campo donde al PSOE le convendría progresar. Muchos españoles ya saben qué quieren y qué no. No todos, como es natural. Pero sí unos cuantos resignados a la polarización. No es difícil concluir que el Partido Popular juega a lo mismo que jugaba; el propio Mariano Rajoy ha asegurado que no habrá grandes cambios. En la orilla izquierda de la derecha, Ciudadanos busca atraer al electorado sin sacrificar sus principales líneas de pensamiento. A nadie se le escapa lo que persigue Unidos Podemos con la economía y el cisma territorial. Pero ¿alguien nos podría decir dónde está el PSOE tras los bandazos de Sánchez, primero con Rivera, y ahora con Iglesias y el partido que lo quiere laminar? Sánchez es el «político limpio» en continuo aclarado que no termina de aclararse.