A pesar del escepticismo con el que Mr. Kaufmann miraba los audaces voladizos de hormigón que debían conformar la estructura de su casa, tal y como aparecían en los planos del arquitecto, en la primavera de 1936 -hace justamente 80 años- comenzaban las obras de uno de los grandes iconos de la arquitectura moderna. En un bosque de Pensilvania, sobre un torrente con el inspirador nombre de Bear Run, se trazaban los muros de la conocida como Casa de la Cascada, diseñada por Frank Lloyd Wright. El maestro acudía periódicamente a visitar los trabajos, pero a pie de obra realizaba el seguimiento su discípulo, el también arquitecto Robert Mosher. La casa se terminó al año siguiente, y el tiempo se encargaría de confirmar los temores del propietario (en 2002 fue necesaria una costosísima reparación), a la vez que de elevar la Casa Kaufmann a un bien merecido rango de mito. Por cierto que en 1959 Robert Mosher proyectó y construyó para el militar norteamericano Roy Lange una casa en Málaga profundamente influida por su experiencia en la obra de Bear Run. Es un tesoro recóndito y poco conocido por el público en general; como todo tesoro que se precie de serlo, éste precisa de un mapa para llegar hasta él: la joya se esconde en la espesura de un cada vez menos espeso Monte Miramar, sobre el que despliega cuidadosamente su lenguaje rompedor entre bancales de piedra y pinos carrascos.

Más abajo, un jabalí arrolla a un perro de presa con violencia pero sin apenas inmutarse. La extraña pareja está fundida en hierro y puede verse en el maravilloso jardín de Villa Fernanda, que acaba de salvarse de ser urbanizado tras ratificar el Tribunal Supremo una sentencia del TSJA que rechazaba tal proyecto. Qué potente metáfora: el sentido común derrotando a las dentelladas del ladrillo. Ojalá ocurriese con mayor frecuencia.