Desprenderse de las cosas materiales e inmateriales es uno de los ejercicios más difíciles que existen en el mundo de la psicología humana, y por ello, se habla del desapego incluso como un arte, ya que ser capaz de practicarlo implica romper los vínculos emocionales y las dependencias físicas para dotar de total libertad a esas cosas que de alguna manera creemos que pertenecen por derecho a nuestras vidas.

Más allá de probar nuestros apegos al exterior, existe una prueba más dura aún si cabe: el hecho de dejarse ir, abandonarse a las manos de la intuición, quitarse las vendas de la lógica cuando está impidiendo la visión al corazón, y reenfocarse en el presente sin mirar atrás con pena, ni anticipar con miedo lo que nos aguarda en la distancia.

El acto de emprender cada día, en nuestro entorno personal, en los negocios o en el mar, precisa de conocimientos básicos para la supervivencia en el medio, como saber soltar amarras, levar el ancla y tirar por la borda los sacos de lastres que hemos ido acaparando a nuestras espaldas poco a poco, casi sin darnos cuenta, hasta que se convirtieron en una pesada carga que nos consumía tanta energía que no nos quedaba fuerza para despojarnos de ella y lanzarla definitivamente a un costado del camino. Dejar correr los nudos marineros del alma y emprender una nueva travesía, un nuevo trayecto dentro de nuestra firma existencial, creada por la naturaleza con la sencilla misión de descubrir, aprovechar, saborear y avanzar, sin perder nunca de vista al sol.

Viajar es el mejor remedio contra la ignorancia y unas de las mejores fuentes de sabiduría y destreza, pero «para poder cruzar océanos, hay que dejar el miedo a perder de vista la costa», comentaba justo esta semana una muy apreciada empresaria de nuestra tierra en un foro de emprendedores locales, recordándonos así que, aunque el barco está más seguro en el puerto de amarre, ha sido creado para surcar las aguas, batirse contra el viento y la marea, o mejor aún, utilizarlos a nuestro favor.

Por todo ello, revisar el calado de nuestro bote y confirmar que los compartimentos siguen estancos para evitar posibles fugas que tienten al naufragio; izar velas con el ciñe justo para progresar sin prisa pero sin pausa, manejar el timón con gracia, pericia y ojo avizor a los peligros que puedan teñir de gris el horizonte; realizar el cálculo y los ajustes necesarios sobre la ruta trazada para arribar al destino elegido; y tener presente la variabilidad de las corrientes -puesto que lo que se mueve en la superficie no tiene por qué coincidir con los caprichos del fondo marino- son algunas de las instrucciones más elementales del manual de la navegación, tanto en el mar como en la vida.