La verdad es que el de anteayer me pareció un gran debate, no porque los púgiles fueran grandes (pequeños tampoco, conste), sino porque se vaciaron con buen estilo, mostraron reflejos y estuvieron a la altura de sus limitaciones. Puesto a destacar, no me sorprendió la condición de tentetieso de Rajoy, ya acreditada, ni la verborrea de Iglesias mezclando verdades como puños y mentiras solemnes (como la dinamización económica de Madrid y Barcelona). Me llamó más la atención la inteligente, eficaz y medida agresividad de Rivera, con las únicas subidas a la red de todo el partido de dobles, y la resignada elegancia de Sánchez, que tras haber sido arrollado por un sorpasso que puede retirarlo de la circulación con tan pocos kilómetros, mantenía el aplomo y el encaje en los gestos y la palabra, con una dignidad que, si no se debe perder nunca, menos en las noches tristes y sus vísperas.