¿Qué candidato ganó o perdió el debate? Ésa es la pregunta habitual. Pero qué ganamos como sociedad y como votantes con ese debate a cuatro. Ganamos con que se hiciese, pero no por cómo se hizo. En todo caso, el envite lo ganaron Rajoy e Iglesias.

Rajoy, porque superó su etiqueta inicial de estar yendo tarde a donde debía haber estado antes pero en donde no sabía estar. Pero no estaba muerto, estaba de parranda. Ni su bizqueo ni su trastabillo nervioso ni el billonario déficit público ni la pesada sombra de la corrupción y de algún sms ´barcenario´ impidieron su estrategia de parecer el único presidente del gobierno frente al «ruido» de sus adversarios. Dicho a la manera cervantina, por aquello del cuarto centenario del nacimiento del autor del Quijote, «Ladran luego cabalgamos» era su mensaje. Y su exitosa estrategia, ya que no llegó a morderle nadie (quizá sí Vicente Vallés, el que estuvo mejor de los siete que aparecían en pantalla en el debate)

Iglesias, porque hizo verdad su etiqueta inicial de estar donde sabe estar. No se pone nervioso ni harto de cafeína y sus sinapsis neuronales parecen que van por fibra óptica. De nuevo clavado en su sitio, en el otro extremo de los cuatro, fue definitivamente sin corbata (así no se juega a la socialdemocracia) y con la camisa blanca habitual con las mangas remangadas. España camisa blanca de mi esperanza electoral y con referéndum catalán.

Sin embargo Pedro Sánchez, con su impresionante planta optó por la elegancia de ir en traje y corbata, como por las formas iba Rajoy. Su evidente intento de ser el único interlocutor del Gobierno frente a los nuevos «viejos» de la política que tenía a su izquierda, pero con la amenaza demoscópica de ser ya el tercero en la liza, no consiguió absorber la imagen de gobernante de un Rajoy a quien necesita desesperadamente como enemigo único. Por tanto, debilitó aún más su propia imagen como alternativa. Sánchez está claramente en peligro político.

Y Rivera sigue en su desdibujo, debilitándose como marca blanca pero con mañas oscuras, que no le pegan nada. A su apariencia de chico bien, centrado y deportista, no le habría venido mal una corbata moderna. Pero pareció escenificar que sin corbata pero con traje era de quienes vienen a limpiar pero sin la escoba del «populismo». Y a pactar sin problema, pero con quienes al menos lleven chaqueta.

El debate, emitido por casi todo el mando a distancia, tuvo una audiencia acumulada muy importante. Y a pesar de la teoría que habla de que no más de un 3% condiciona su voto por los debates, con un 30% de indecisos está por ver su influencia. No fue un debate más. Da igual que no dejara para la posteridad grandes momentos. Ni importó mucho que la realización nos ofreciera escorzos incomprensibles y nos hurtara necesarios planos de escucha. O que el decorado fuera una empalizada desproporcionada y fea (por qué hace esa televisión la Academia de la Televisión) O que fuera imposible que tres conductores juntos e innecesarios llevaran al mismo tiempo el volante sin riesgo de salirse de la pista. Ni que en este país no sea una verdadera televisión pública la que se haga cargo de un debate así. Debiera ser una de las funciones que legitimara su existencia. Pero si ya ni emite la Eurocopa€