El hecho de que en la campaña (incluido el debate del 13-J) se hable tan poco de Europa sólo se explica por razones de psicología colectiva. Siendo como somos un país con manía de grandeza, secuela mental de la que un día tuvimos y que no nos deja en paz de una vez, la idea de que los grandes asuntos ya no dependan de nosotros, sino de una burocracia con sede en Flandes (encima eso, para recordarnos lo que fuimos) resulta bastante insoportable. Para completar el cuadro, está el asunto de la autoestima de los candidatos, a los que después de haber luchado tanto para estar en Moncloa o a sus puertas les cuesta, lógicamente, asumir que el despacho que hay allí dentro es sólo el de un jefe de sucursal, al que cada semana un contable flamenco le mira si cumple presupuesto. Incluso al españolito medio tampoco le gustaría mucho que le contaran la verdad, pues también tiene su corazoncito.