Si uno quiere tener más de dos docenas de retratos y perfiles diferentes, a cada cual más truculento, de Omar Mateen, el estadounidense de origen afgano, autor de la matanza a tiros de Orlando, sólo tiene que dejarse caer un rato por las redes sociales. Incluso tratándose de un fanático islamista y homófobo estereotipado, al que no le gustaban los negros, las mujeres, las lesbianas ni los judíos, el «periodismo ciudadano de investigación», dispuesto a retroalimentarse, abunda en cientos de detalles más sobre la personalidad del asesino. Que sean verosímiles o no es lo de menos. La gente ha tomado por costumbre informarse a través de los amigos y, en ese tono distendido y afín, el rigor suele ser el mismo de las conversaciones acaloradas de bar.

Sin embargo no todo resulta tan inocuo como a simple vista pudiera parecer. En una entrevista en El Mundo, el profesor escocés de Princeton y Premio Nobel de Economía Angus Deaton sostiene que la información arbitraria y sin verificar que prolifera en las redes sociales constituye un verdadero peligro para la democracia precisamente por ese baile peligroso de los datos. Y pone el ejemplo de que por culpa del periodismo de la gente son muchos los americanos que creen que Barack Obama es musulmán, e incluso que su mujer, Michelle, es un hombre. Todo ello sucede porque a algunos les ha dado por divulgarlo creando una especie de multinacional del bulo con sucursales.

En cambio, para Deaton, como ocurre con cualquier demócrata, la democracia consiste en el triunfo de la verdad sobre la mentira, en el diálogo y en la persuasión. Si escuchan a nuestros políticos, y estos días tienen más oportunidades de hacerlo que nunca, verán hasta qué punto se han olvidado de las reglas básicas del juego.