Hincha, forofo, tiffosi, hooligan, al final son grados o aplicaciones nacionales de lo mismo, la pasión desmedida por un equipo. Hay quien los considera la peste del fútbol, una especie de patología o mal degenerativo, pero tal vez sean los más fieles intérpretes de su sentido y finalidad, que es ser un simulacro incruento de la guerra. Por puro mandato biológico, o etológico, o como queramos llamarlo, odiamos al que no forma parte de nuestro establo y su olor a madre, y esa pasión busca siempre salida por alguna parte. En el estadio hay gente que finge convivir en paz en el palco, otra grita en los asientos, otra hace la ola y la contraola, y los hay que llevan las cosas a mayores. En una guerra de verdad ocurre igual, sólo cambian los modos. ¿Qué viejos posos de odio no se habrán agitado en el partido Inglaterra-Gales, o en el Alemania-Polonia?. El caso es nada más no matarse, caramba.