D­e un tiempo acá, mis ojos y mis oídos están dolientes. Mis oídos de presbicia lejana. Mis ojos de ensordecedora hipoacusia. Y mi cerebro, que no se fía de algunas intelecciones prójimas, hace cuatro meses ya que permanece en coma autoinducido. ¡Ay, Dios, que la tontería nunca fue mi fuerte, y ya se cumplen seis meses de tonterías en clave del yo-mi-me-conmigo de otros...! En mi derredor cuatro esforzados yos persiguen a la verdad verdadera, que parece correr más que ellos, porque en sus discursos políticos nunca aparece del todo. Si la política alcanzara a la verdad verdadera habría de cambiar de nombre, porque sería otra cosa.

Nuestros tiempos de ahora, tan revoltosamente narcisistas como revueltos, son un castigo enfadoso. Los pretendientes del timón del Estado nos persiguen a lomos de una omnipresencia agoniosa. Vez tras vez, cuando los filateros que aspiran al noble arte del pastoreo de la ciudadanía mitinean, me recuerdan a Ortega y Gasset, no lo puedo remediar. También podrían recordarme a Aristóteles o a Descartes o a otros, pero últimamente no es el caso, quizá, porque el paisanaje tira más con el solsticio estival. Ortega durante toda su vida y en toda su obra propuso la duda como herramienta de la inteligencia. Y nos legó una enseñanza modelada de mil maneras, que vienen a decir que cada vez que una persona enseña a otra persona, tiene el irrenunciable deber de enseñarla a dudar de la enseñanza recibida.

Y usted, generoso lector, comprenderá que, con la marmórea e inamovible seguridad con que se muestran los postulantes a patronear la nave del Estado, yo dude de que ellos hayan leído a don José y lo hayan comprendido. La indubitada seguridad que exhiben no es posible después de leer a Ortega. O a Unamuno, que, refiriéndose a lo mismo, nos regaló aquello de que solo es débil el que no ha dudado bastante. O algo así. ¿Ha notado alguien algún ápice de duda en nuestros candidatos últimamente? Yo, no. Así que, si la seguridad omnipresente en la tribu política es cosa de débiles, mal nos irá, gobierne quien gobierne en esta ocasión.

Comparto con usted, impagable lector, el episodio vivido el pasado sábado en una cafetería, en la que un chavalín de unos diez añitos, estremecido, le preguntó a su padre:

-Papi, ¿quiénes son los malos y dónde viven? - cinco segundos antes, el niño, su padre y yo, veíamos en la televisión al mitinero de turno aseverando «si no me votáis a mí estaréis votando a los malos».

Hay afirmaciones y tonos que niegan la sobriedad y la higiene democráticas. Me refiero a los cuatro engreídos vocacionales, no al pavo real del sábado exclusivamente. Pontificar estableciendo categorías de ciudadanos buenos y ciudadanos malos es una estupidez reprobable; una demostración de torpeza y de egocentrismo tóxico; una despreciable estrategia asusta púberes, amedranta yayos y acojona humanos de cualquier edad. El absolutismo es cosa vetusta y alejada de los campos y los lares europeos, caballeros candidatos. Ya solo encaja en las novelas de cardenales al uso, espadachines bohemios y estadistas con peluca. El narcisismo político es una ordinariez propia de gentes que, pretendiendo clonar a Dios y mejorarlo en sus personas, terminan clonando los ilimitados métodos que nos divorcian de las ideas enjundiosas con mejor pronóstico a medio y largo plazo.

Si Cela, nuestro Nobel, siguiera entre nosotros, seguro que blandiría su florete y, con mandobles propios de su rancio cuño, espurrearía palabras y versearía la filatería a cualquier precio de estas elecciones, con ele. Imagino su voz grave explicando la conveniencia de ser próvido en estos lances. Y lo imagino expresándose con la precisión y chispa poética con la que contestara a don Robustiano Cipotón, sobrenombre de aquel rondeño cachondo que le escribiera. Cela, que también podría haber sido Nobel por su desabrido carácter, nos dejó prematuramente. Mi pesar aún perdura.

Durante la vesania mitinera, pregunto: ¿Ha prometido alguien cuarto y mitad más de seso turístico y/o cuarto y mitad más de inversión turística? ¿Ha prometido alguien serio, seriamente, que nuestra industria turística, se reconvertirá, como poco, al tempo del compás que marque el escenario turístico? ¿Sí? Pues ni mil palabras más:

Recuerden el alma dormida, pretendientes, / aviven el seso y despierten, postulantes, / contemplando / cómo se pasan la vida, aspirantes, / cómo les viene la muerte, candidatos, / mitineando, mitineando...

Perdóneme, don Jorge. No he podido reprimirme.