Hace un año, por estos tiempos solsticiales, el primer ministro del Reino Unido David Cameron lanzó el referéndum sobre la permanencia de su país en la Unión Europea.

En febrero pasado renegoció. Copio lo que se dijo entonces en un importante rotativo: «La excepcionalidad británica alcanzó ayer un nuevo hito. Reino Unido selló anoche, tras un maratón negociador de 40 horas, un acuerdo con la UE que consolida el estatus especial de Londres en el club: ningún otro país acumula tantas excepciones en Europa. Su primer ministro, David Cameron, hará finalmente campaña a favor de quedarse en la Unión. Dinamita uno de los principios fundamentales de la Unión: Londres podrá discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte para tratar de limitar la inmigración».

La maniobra del Brexit se inscribe en la tradicional estrategia y diplomacia de los hijos de Bacon. Permanente negociación, desde una clara posición de ventaja y siempre, siempre, siempre hasta triunfar.

Los conspiranoicos dicen que el asesinato de Jo Cox, la diputada laborista -y unionista- ha sido clave para darle la vuelta a las expectativas del referéndum. Un James Bond perverso habría ejecutado el crimen manipulando a un desequilibrado con el programa MK Ultra de control mental. Cosas más retorcidas y peores se han visto a lo largo de la historia.

A expensas del resultado de hoy, creo, más bien, que el Estado se basta y sobra para reconducir las tendencias adversas sin recurrir a tales barbaridades. Sobre todo si desde cuatro meses antes tiene el triunfo ya en el bolsillo.