Ya es verano. Oficial y climatológicamente hablando. Ana Obregón ya ha posado para darle la bienvenida al estío con sus 61 castañas y un flotador de los vigilantes de la playa. El macrobotellón de la Noche de San Juan -esa oficiosa fiesta iniciática del verano- ya ha dejado su huella en las playas de la provincia de Málaga. Huella, y basura para aburrir. Y además hace calor, claro. Todas las premisas ya se cumplen para que en breve comience la plaga. Una epidemia que ni expertos llegados de Murcia o de Huelva podrán descartar y mucho menos erradicar. Más peligroso que el picotazo de un mosquito tigre muerto de hambre. Más dañino que el olor a fritanga de la calle Calderería una calurosa y terralífica tarde de agosto. Prepárense a poner pies en polvorosa, porque es precisamente eso es lo que se avecina. Pies, pinreles, pezuñas. Muchos, de muchas. Al sol, en la playa, en la piscina, allí sufriendo. Los perfiles de las redes sociales de ustedes y de todos los que le rodean están a punto de convertirse en un expositor de la más fina pedicura, las sandalias más chic de la temporada y las pulseritas tobilleras que más se llevan en Copacabana y que, en breve, serán tendencia en La Carihuela. Si en primavera florecen los almendros, en verano en Instagram y Facebook florecen los capullos.

La vertiente pornográfica de las redes sociales, que la tiene y mucha, con el calor se intensifica, y sus más fieles usuarios aprovechan la época para mostrar la que es, confesémoslo, la parte más fea del cuerpo humano. Al menos estadísticamente. Si la imagen glamourosa del otoño son un par de gin tonics con filtro y cardamomo acompañadas de la sesuda y profunda leyenda «Aunque el calendario diga que el verano se ha acabado, yo y Piluqui decimos que ni hablar», en verano la sangre abandona el cerebro y se concentra en otras partes más bajas de la anatomía y estas acaban, claro, inmortalizadas. Y su dueño, retratado. «Aquí, sufriendo»; «empezando un verano que va a ser inolvidable»; «mi último día de vacaciones, me van a tener que echar de la playa»; y otros comentarios de este tipo acompañando a un par de pies cruzados en lo alto de una toalla.

No hay que ser muy listo ni un primer ministro para detectar que la ciudadanía está demandando un referéndum sobre el tema y aunque la división sea evidente, si la sensatez vive en algún rincón de internet, la participación será masiva a favor del sí. Una encuesta, una petición en change.org, o a base de retweets o de favs si hace falta, pero es necesario hacerlo. No se trata de censura, es cordura. Redes paralelas, caminos separados. Si los británicos, gente civilizada y señorial, lo han conseguido y sin venir a cuento, esta iniciativa contra la invasión bípeda está más que justificada. Estamos a tiempo de pararla, solo hay que querer. Sólo hay que ponerse en pie, y no fotografiárselo. Será por votar, si llevamos meses votando. yo lo tengo claro: sí al #Piexit. Yes, we can.