El jueves por la noche apenas 30.000 votos mantenían al Reino Unido dentro de la Unión Europea. La mañana del viernes los medios y las redes anunciaban el triunfo de la opción de abandonar Europa en el referéndum convocado por David Cameron, de aislar al continente, siguiendo las pautas de visión del mundo de la Gran Bretaña. Un pequeño cataclismo trastornó los mercados de valores y de divisas. Las bolsas perdieron un 10% y la libra se desplomó frente al dólar, arrastrando con ella al euro. Mientras tanto, los ultraderechistas y euroescépticos de todo el continente reclamaban la misma posibilidad para sus países, de manera que la decisión de Cameron, conservador, puede acabar generando un efecto dominó de consecuencias insospechadas.

Europa tiene varios problemas graves desde el estallido de la crisis financiera, llamada Gran Recesión, multiplicados a partir de la crisis de los refugiados sirios. Las elecciones muestran un fenómeno que parece no importar a sus máximos dirigentes: la Europa rica está girando ostensiblemente a la derecha, con avances de la extrema derecha en Alemania, Francia, el Reino Unido, Austria o Finlandia, por citar sólo algunos países.

Las sociedades nórdicas están cansadas de ser solidarias, y están apoyando con sus votos a partidos políticos de escasa tradición parlamentaria y que ofrecen el paraíso perdido a través del nacionalismo y, en muchos casos, la xenofobia más descarnada. Un paso atrás: cierre de fronteras, proteccionismo económico, recuperación de la soberanía cedida a Bruselas. Una receta infalible cuando miles de ciudadanos han sentido en sus propias vidas el impacto certero de la crisis -en Austria el 80% de los trabajadores de «cuello azul» ha votado a la ultraderecha hace pocas semanas- y asisten atónitos al destino de cientos de miles de millones de euros al rescate financiero, pero no de las personas.

Por su parte, en los países del sur, denostados hasta el punto de ser llamados los PIGS, triunfa el populismo de izquierdas, con recetas similares de desobediencia a las políticas de austeridad de Bruselas y reivindicación de una solidaridad ilimitada, incondicional y a fondo perdido. Y quizás lleven parte de razón en sus planteamientos, porque esa inmigración que tanto afecta a los bárbaros del norte -siguiendo el ensayo seminal de Luis Racionero-muere en el Mediterráneo en su intento de alcanzar la tierra prometida. Son las playas del sur del sur -Andalucía, Sicilia, las islas griegas- las que acogen los cadáveres devueltos por el mar antes de partir hacia su último viaje. Y ese desolador panorama de injusticia y muerte sólo se combate con palabras vacías y altisonantes declaraciones hipócritas.

Así que la brecha en Europa avanza a toda máquina. Una Europa a la que Lula da Silva definió como «patrimonio democrático de la humanidad», por ser un referente en cuanto a libertades públicas y políticas sociales, y que ahora se halla ensimismada, presa de la estabilidad financiera y sus austeras servidumbres, que golpean sobre todo a los más vulnerables. Desde los emblemáticos edificios de las instituciones europeas apenas se tiene constancia del profundo malestar ciudadano. La salud financiera ha sustituido a la solidaridad y la cohesión social en las preocupaciones de las élites políticas y burocráticas. Mal asunto. Los buhoneros acechan con sus brebajes mágicos, y en la desesperación cualquier receta puede ser válida. Europa necesita reconstruirse.

El Brexit en Andalucía. Otro punto de reflexión obligado es el impacto del Brexit en Andalucía. De entrada, y si nadie lo remedia, los 800.000 residentes en España de origen británico -de los que apenas un tercio está censado- van a perder poder adquisitivo cuando cobren sus próximas nóminas o pensiones. La devaluación de la libra ya es un hecho, y por lo tanto se va a resentir su capacidad de consumo, al menos a corto plazo. Ayer mismo The Independent alertaba a sus lectores de que las vacaciones de verano les iban a salir más caras. No parece razonable esperar un hundimiento del sector, pero sí menos alegría en el gasto y el consumo de los turistas que lleguen este verano a nuestras playas.

La compraventa de inmuebles también puede verse afectada por varios factores. La incertidumbre ahuyenta la inversión, y muchos ciudadanos británicos pueden repensar la idea de comprar en la Costa del Sol, ahora que los precios habían bajado. Si la salida de Gran Bretaña es rápida y aumenta el coste de sus importaciones, eso supondrá un repunte de la inflación y una subida de los tipos de interés (que subirán de todos modos para apoyar a la libra alicaída), lo que hará que las hipotecas sean más caras. Moneda débil, incertidumbre y créditos más caros no son buenas noticias para nuestro mercado inmobiliario.

Finalmente está la cuestión de la elección de España como segunda residencia o como país para pasar los dorados años de la jubilación. Andalucía y la Costa del Sol ofrecen buenos servicios y comunicaciones, estabilidad, seguridad y asistencia sanitaria conveniada en el seno de la Unión Europea. El Sistema Nacional de Salud deberá atender a los residentes extranjeros, que estarán atentos a las medidas de su gobierno para garantizar el pago a España de estos costes sanitarios. Es fácil imaginar que se abre un campo de mercado para los seguros sanitarios privados. Todo está ya inventado.

En definitiva, tras la conmoción debe imperar el sentido común. Hay que diseñar un calendario de salida, evitar la confusión y mantener la calma. Ahora mismo es pronto para esperar grandes cambios, ni siquiera en los mercados turísticos. Lo que sí es evidente es que el resultado del referéndum británico supone un severo toque de atención a unas políticas europeas desenfocadas y ajenas a las preocupaciones reales de los ciudadanos. Europa lleva mucho tiempo alentando ciegamente el auge de los extremismos de izquierda y derecha. Y si no quiere desaparecer haría bien reaccionando ahora que aún está a tiempo. Veremos.