Que ser cobarde no valga la pena

que ser valiente no salga tan caro

que no te duerman con cuentos

de hadas

Aún retumbaba la música en la verbena de San Juan, cuando Europa amaneció estremecida tras una noche trepidante. La perplejidad inicial se tornó en una evidente paradoja: Cameron ha elegido el peor momento para meter a Europa en un lío de tres pistones. Sin embargo, de este bajonazo se pueden extraer algunas lecciones, la principal: la UE -ya libre del Reino Unido- tiene la oportunidad de acometer reformas de calado, que, si antes eran necesarias, ahora son imprescindibles.

Los actores, los argumentos utilizados, las trapacerías, las venganzas y los ajustes de cuentas entre los partidarios de la permanencia y los del abandono, nos sumieron en el estupor y el desconcierto. Nos han ofrecido un simulacro de lucha familiar -Eton versus Oxford- en la que si unos se apoyaban en predicciones difíciles de verificar, otros tiraban de argumentos que no tienen ninguna conexión con la verdad.

La prensa inglesa se ha salido con la suya -Sun, Daily Mail, Daily Express, Daily Telegraph and Times, propiedad de extranjeros millonarios como Rupert Murdoch- pues llevan décadas abonando el terreno para la huida. A base de empapar la opinión con clichés sobre los burócratas de la Comisión Europea, se han cobrado una buena pieza. Sin olvidar que la imagen de la Comisión nunca fue tan insignificante, el proceso de toma de decisiones en la UE más intergubernamental ni la gestión de asuntos de mayor cuantía -como el drama de los refugiados o la crisis griega- tan infausta.

Tampoco Francia, con un gobierno débil y abrumado por sus problemas internos, está jugando -junto a Alemania- el rol nuclear que le corresponde. Por no hablar de las anemias de Italia o las propias. Qué lejos quedan aquellas premoniciones del general De Gaulle, quien desconfiaba de la voluntad británica de asumir las reglas del club comunitario y veía a Londres como un caballo de Troya para dinamitar el proyecto europeo desde dentro.

La decisión del Reino Unido ha vuelto a poner en evidencia que, con su entrada en la Comunidad Europea, los ingleses no pretendían más que subirse al carro de una zona de libre comercio, tal y como presagiaron algunos mal pensados, disolviendo ese frágil azucarillo en la imperial taza de té.

Una hábil diplomacia y artilugios variados -entre ellos, su obstinación en mantener la antigualla de Gibraltar, una colonia en toda regla, paraíso fiscal y refugio de contrabandistas, en un país de la UE y la OTAN- han logrado bloquear los intentos de reformas hacia una mayor integración, sobre todo después de la crisis económica del 2008.

El Reino Unido se las ingenió para que la política exterior común naciese muerta, optando siempre por quedarse fuera en temas -como Schengen o el euro- en que se había conseguido algún progreso. Con la ayuda de sus parientes americanos, galvanizó la entrada exprés de los países del este de Europa en la UE -aunque aún no estuviesen preparados para ello- con el consiguiente debilitamiento de la Unión, al tiempo que avivaban la entrada de Turquía.

Sin embargo, más allá del shock inicial -acusado de forma fulminante por los mercados- y de que la salida pueda dar alas a las voces centrifugas que están bloqueando las reformas dentro de la Unión, comienza a llegar alguna buena noticia. Así, el Tribunal Constitucional alemán ha aceptado finalmente el programa de Banco Central Europeo que permite comprar bonos de los Estados en la cuantía que sea necesaria para estabilizar el euro.

Que las verdades no tengan complejos

que las mentiras parezcan mentira

que no te den la razón los espejos.

La activación del proceso no admite demora, sin escuchar a los profetas de la catástrofe, al anunciar que, si se derrumba la UE, también caerá la OTAN ni obviar que los Estados Unidos van a asumir la factura de la defensa de un grupo de países que no están por la labor de pagar las suyas propias. Y esto sucede porque les resulta difícil aceptar que algunos incrementen los beneficios de su estado del bienestar mientras ellos destinan partidas de su presupuesto a luchar contra el terrorismo internacional, en detrimento de su propio Estado de bienestar. Como reza el viejo proverbio: «No hay nada como una comida gratis». Formar parte de la UE exige jugar al mismo juego que el resto -fútbol mejor que rugby- y desistir del empeño constante por bloquear o socavar las políticas comunes y la toma de decisiones por mayoría.

El Reino Unido adolece de la misma crisis identitaria -azuzada por los populismos y los nacionalismos xenófobos- que comparten Francia, Polonia, Hungría, Austria, Holanda, Bélgica y España. Por eso, la única receta para hacer frente al declive es una Unión política europea, federal y democrática, más fuerte que nunca.

Que los que esperan no cuenten las horas

que el calendario no venga con prisas

que no te compren por menos de nada

que gane el quiero la guerra del puedo.

Se apagaron las luces de San Juan y dos millones de firmas piden un segundo referéndum, el del arrepentimiento. Que sigan sonando las notas de Sabina y el azucarillo de la Unión no termine diluido en una de esas tazas de té.