Hace exactamente un año publiqué en La Opinión de Málaga (4.7.2015) La sangre de los otros. Un artículo de opinión dedicado a una reciente masacre terrorista de turistas europeos, en la que fue hasta esa mañana la idílica playa de Susa. Es difícil olvidar a aquel enloquecido yihadista con su Kalashnikov, aquel oscuro ángel de la muerte, recorriendo en su particular orgía de odio y sangre las arenas blancas de una hermosa playa tunecina.

Pude ver el día siguiente, en aquella misma playa, en las noticias de la BBC, a la señora Theresa May, miembro del gobierno británico. Había en ella una dignidad dolorida y una ausencia de teatralidad que me llamó la atención. Tanto que escribí esto sobre ella: «la Home Secretary del gobierno británico estuvo con su anfitrión tunecino y otros ministros europeos en el acto -emocionante por su sencillez- que se improvisó sobre las arenas de aquella playa ensangrentada. De luto riguroso, marfileña y contenida en el dolor por sus compatriotas sacrificados en bárbaros rituales. Theresa May, en su breve severidad bíblica, nos recordó los destellos de luz en una tragedia incomprensible por su estúpida crueldad. Habló de Mathew James, un turista británico, un joven técnico de instalaciones de gas. Mathew decidió proteger con su cuerpo a Sarah, su compañera y la madre de sus dos hijos. Recibió tres balazos. En el torso, en el hombro y en la cadera. Ahora se recupera en el Hospital de la Universidad de Gales. No quiso hacer declaraciones. Le hubiera parecido inapropiado evocar su buena suerte y aún más: rechazó la admiración generada al haberse convertido en un generoso escudo humano. Estaba demasiado cercana la muerte de aquellos otros acompañantes, menos afortunados que él. Los que compartieron aquella playa creada para los que aman la vida, el sol y el mar. También acertó Theresa May al recordarnos que no pocos tunecinos -empleados del hotel o pequeños comerciantes de los alrededores- arriesgaron sus vidas al acudir para proteger a las víctimas.» Hasta aquí mi artículo de hace un año.

Parece que la ministra Theresa May, que fue partidaria de la permanencia del Reino Unido en la EU, es ahora la candidata favorita de la mayoría de los miembros del Partido Conservador británico. Si las cosas no cambian, podría esta austera dama tomar este otoño el relevo en el número 10 de Downing Street del patético Primer Ministro actual, el señor David Cameron. Es obvio que muchos británicos creen que en ese puesto es necesario alguien sólido y con principios bien definidos. Dado el caos institucional y financiero del post-brexit, en el que se está hundiendo su otrora admirable país. Se elogia a la señora May por su historial y sobre todo se aplaude su fibra moral. Y se la define por los que la conocen bien como una persona honesta, eficiente e incluso algo aburrida. La verdad es que suena bien. Son las virtudes que desearíamos en nuestro médico de cabecera. Después del poco edificante espectáculo del referéndum que en el Reino Unido ha protagonizado una histriónica turbamulta de políticos tan ineptos como mendaces, la señora May podría llegar a ser un muy necesario balón de oxígeno. Doblemente necesario en una Gran Bretaña gravemente dividida, con problemas en Escocia e Irlanda del Norte y con los peligros ya nada hipotéticos de una grave crisis institucional, instalada tanto en el Partido Conservador como en el Laborista. ¡Que Dios salve a la Reina!