La historia traza caminos irregulares, serpentea, no siempre avanza en la dirección del progreso, tiene paradas en las que el tiempo parece detenerse, y regresa muchas veces a estadios previos. Nada es para siempre, y no hay un destino preestablecido; la historia sigue su curso por los meandros del tiempo, inexorable. Unas veces avanza, otras retrocede. Pero estos avances y retrocesos los provocan los hombres, los únicos artífices de su destino. La salida del Reino Unido de la Unión Europea no es más que uno de esos retrocesos, uno de esos episodios que van configurando el devenir de nuestro continente y del proyecto de unión política que deberá ser afrontado con calma y con generosidad por parte de la institución supranacional europea. Reino Unido va a salir de la UE por la decisión de sus habitantes en una consulta inoportuna pero legítima, cuyo resultado ha forzado la renuncia de David Cameron pese a lo ajustado del mismo. Y Reino Unido saldrá de las instituciones europeas para afrontar su futuro al margen de ellas.

Reino Unido ha optado por volver a ser la isla que ya no es, porque los puentes generacionales ya se han establecido para siempre entre una y otra orilla del estrecho paso de Calais. Inglaterra y Gales han decidido en esta ocasión el futuro de Escoceses, Norirlandeses, o Gibraltareños, e inclusive londinenses, que por distintas razones han manifestado su voluntad mayoritaria de seguir siendo parte de la UE. Asimismo, la juventud británica es hoy claramente europeísta, las nuevas generaciones han establecido ya un vínculo muy sólido con los jóvenes del resto de Europa. Europa es ahora más Europa a pesar del Brexit y de las dificultades económicas por las que atraviesa la gobernabilidad de la Unión Europea. La Europa de los Erasmus, la Europa de la movilidad internacional, la Europa de los ciudadanos, la Europa de la comunicación global, es una Europa inevitable si se construye sobre cimientos democráticos. Y con un futuro al margen de las decisiones coyunturales de las políticas nacionales. Ése es el espacio de la Unión Europea, y la base de su desarrollo.

Una vez más en su historia, Reino Unido quiere estar libre de ataduras para acercarse a su antojo ora a su aliado tradicional, Estados Unidos, ora a Europa, y decidir sin compromisos previos. Pero si la historia del mundo algo demuestra hoy es la dificultad de las naciones para afrontar los desafíos actuales en un escenario multipolar. A no ser que el Reino Unido, como parece, aspire a ser uno de esos polos. No le va a resultar fácil.

Sin entrar en las consecuencias del Brexit, que supondrán un importante revés a la economía de la libra esterlina, y que tendrá consecuencias asimismo importantes para la economía de la Unión, la decisión británica de desligarse de Europa, antes que reforzar sus lazos continentales, supone el parón momentáneo del proceso de integración y un acicate para las corrientes antieuropeístas que existen en el seno de la Unión Europea. Los errores cometidos por las autoridades europeas en la gestión de la crisis económica internacional y en el asunto de la emigración masiva y de los refugiados han generado agravios comparativos en los países miembros, especialmente del sur de Europa, y han provocado el desarrollo de actitudes y planteamientos xenófobos, que a su vez han alimentado el descontento de la población europea con sus instituciones y la reivindicación de salidas nacionales a estos problemas. Esto ha sido, sin duda, aprovechado por el Reino Unido para propiciar el Brexit. No obstante, como contrapartida, es precisamente ahora el momento de reivindicar más Europa, y unas instituciones más fuertes pero también más solidarias, capaces de sortear la crisis favoreciendo el desarrollo de todos los países que integran la unión. Pero para ello ha de imponerse la política sobre el capital, y han de primar los criterios de igualdad y de solidaridad, que no han sido justamente los de los últimos años. Ahí es donde reside la clave del éxito de las políticas de integración.

Pese a todo, confiemos en que la evolución positiva de las relaciones entre el Reino Unido y la UE, y el desarrollo alcanzado ya en el proceso de integración, que no es poco, puedan provocar un nuevo marco de cooperación que desemboque en el futuro, aunque no sea próximo, en el deseado reingreso del Reino Unido en la Europa política. De ahí, la gran responsabilidad de los gobernantes europeos de seguir manteniendo con el Reino Unido unas relaciones cercanas y prioritarias, porque éste necesitará siempre a la UE, y ésta al Reino Unido. La geografía no la pueden modificar las decisiones políticas, las Islas Británicas seguirán estando donde están y las nuevas fronteras ya no podrán impedir ni el intercambio económico o científico, ni el trasiego humano, ni la permeabilidad de la cultura. Pero el Reino Unido ha de saber que ha roto el principio de solidaridad y que la soberanía de la Unión Europea no podrá verse mermada por ninguna relación de privilegio.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga