España delinque. Es duro tener que ponerse así, en plan orteguiano, mentando a la madre y al sujeto colectivo, pero hay verdades que tienen más que ver con la estadística que con la manoseada y fatalmente reivindicada obsesión por la picaresca. España roba y lo hace porque está mal hecha, ulcerada en su esqueleto por una construcción estructural que se inclina hacia la corrupción, que cuenta con el corrupto y convierte al corrupto en parte esencial y orgánica de su funcionamiento. De Cataluña a las Afortunadas, el país, o lo que quiera que signifique eso, es una espesura llena de doble capas y frondosidades en la que el callo, en caso de darse, se entrega siempre mirando para otro lado y en zona invisible. Los Pujol, los Messi, los Conde no surgen por casualidad, sino porque España, en esto del escamoteo y del crimen, ejerce de tierra de promisión, generosa en formas y en velámenes. Desde hace años siento una simpatía de naturaleza paternal por el sindicato de técnicos de Hacienda. Siempre he considerado que uno de los horrores mayores y más injustamente infravalorados del asunto Freud consiste en ejercer a conciencia de padre frente a un hijo con tendencias inestables. Y en esas andan los buenos de los técnicos, haciendo de conciencia divina de Israel, pontificando como el moralista en Gomorra, con las tablas de la ley sujetas con imperdible en una hoja de Excel. Ahí va la perversión: en España la mayor parte de la fiscalidad recae en las rentas del trabajo y en los que menos cobran, lo que, por otro lado, no es sino una forma de decir que los ricos, casi sin salvedad, y, en proporción, no aportan. En un tiempo histórico en el que el país se encuentra financieramente noqueado, y con un problema mayúsculo de inanición del erario -el PP, sí, ha multiplicado la deuda respecto al PIB-, la administración se permite seguir funcionando como un trampolín para plutócratas en el que las escasas exigencias coinciden con todo tipo de cabriolas evasivas, algunas, he ahí lo terrible, incluso, legales. En España, en este momento, hay miles de asesores cavilando sobre el IRPF y los métodos más eficaces para pagar menos; en muchos casos, como el de Aznar, con un cinismo deliberado y sin sonrojo que, puestos a soñar, plantea tarifar con descuento de empresa hasta las ganancias personales obtenidas mediante conferencias. Aquí, quizá, se impone Marx: lo fácil sería culpar al hombre, pero en realidad no es él, sino la estructura, la dialéctica. No es casualidad que muchos desempleados se anoten sus chapuzas en negro cuando el régimen fiscal penaliza en situación desesperada al que consigue algún ingreso. Ignoro si este país tiene arreglo, pero objetivamente está patas arriba, con un diseño que en casi todos los órdenes premia al que hace mal las cosas en detrimento del que se ajusta a la ley con entusiasmo: España piensa antes en beneficiar al que despide que al que crea empleo, en otorgarle ventajas prácticas al que no declara, al rico que no aporta, al usurero. Bajar impuestos es de izquierdas, decía ZP. Pues nada. Ergo cabalgamos. En plena línea hacia el abismo y el envilecimiento de las condiciones.