Murió el Tío Bernardo (Zio Binu) podrido por el cáncer y la carcoma de los años. Nacido en Corleone el 31 de enero de 1993, en búsqueda y captura durante cuatro décadas, había sido detenido por la policía el 11 de abril de 2006 en una mísera casa de campo poco distante del lugar donde vio por primera vez la luz. Los cientos de asesinatos que ordenó le valieron veinte cadenas perpetuas. Capo supremo de la Cosa Nostra una de sus grandes contribuciones al crimen organizado fueron los pizzini, en siciliano mensajes cifrados y mecanografiados que sus familiares y cómplices se encargaban de entregar en mano a los destinatarios. A través de ellos movía hilos en la mafia y la política. No confiaba en el teléfono, ni en la radio para comunicarse, tampoco en la web cuando ésta logró su implantación en los últimos años de su vida. Otra aportación de Bernardo Provenzano (1933-2016) fue la furia homicida que desencadenó durante los años en que se mantuvo activo y que dejó tras sí el mayor reguero de sangre que se recuerda con la guerra entre clanes que tuvo su punto culminante en la década de los ochenta. Desde muy joven destacó por su puntería, disparaba mucho y bien, hubo quienes juraron que para él tirarle a una moneda al aire era lo mismo que hacerlo contra un perro o una persona. Todos eran blancos y se movían. Más tarde, al lado ya de Luciano Liggio, se le conocería por U tratturi, el tractor, debido a su fuerza y determinación para matar y llevar a cabo cualquier otra cosa que hiciera falta. Con la desaparición del capo de Cinisi, Gaetano Badalamenti, certifica su prestigio y toma el puesto de mando en Palermo junto a su socio Totò Riina. Él mismo da la orden de los ataques de Capaci y Via d’Amelio en 1992, en los que fueron asesinados los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. A partir de ahí, lejos de arredrarse extendió sus tentáculos. Sabía que a cualquier pez gordo de la sociedad civil no le convenía declarar la guerra a la Cosa Nostra, y, por ello, en los años 90 transformó su organización en un laberinto de espejos en el que si alguien osaba aventurarse sin una guía no conseguiría más que perderse. La muerte de Provenzano se lleva también un pedazo de la verdad sobre los orígenes de la Segunda República italiana. Pero vayamos a la correspondencia. El pizzino no es una breve misiva, se trata de una hoja completa subdividida por asuntos que un momento dado se convierte en una tira sellada con cinta adhesiva. Su transporte es sencillo cabe en las mangas dobladas de una camisa o en la vuelta de los bajos de un pantalón. Entregarlo tampoco entraña demasiada dificultad, se puede hacer simplemente por medio de un apretón de manos. Lo saludos afectuosos en Sicilia o entre mafiosos tienen más de un significado o cometido, cuando alguien abraza y palpa a otro podría estar asegurándose de que está limpio y no lleva armas encima. Se dice que Provenzano cayó en 2006 gracias a un mensaje interceptado que en la mañana de su detención envió a uno de sus socios. No era un pizzinu della vintura de esos que se pliegan varias veces y que los magos ambulantes de las ferias sicilianas entregan a los clientes con la predicción del futuro y las cinco cifras elegidas para probar fortuna en la lotería estatal, entre el 1 y el 90. En cualquier caso fue el mensaje que lo traicionó. Leyendo la correspondencia del Zio Binu se podría reconstruir la historia de la mafia desde los años 50 a la primera mitad del 2000. El escritor Andrea Camilleri, nacido también en Sicilia, declaró su admiración por estas notas que Provenzano, persuadido por la Divina Providencia, revestía de consejos a sus colaboradores o a los políticos con los que intenta estrechar lazos para sus negocios. Planteó que por mucho que lo pareciera no había conciencia primitiva en el método para comunicarse, más seguro que el correo ordinario, el teléfono fijo y el móvil, todos ellos susceptibles de ser intervenidos con facilidad como suele demostrarse. El mensaje en mano puede ser interceptado pero ofrece garantías. El autor de las novelas de Montalbano pone como ejemplo al Tribunal de Cuentas de Italia que mantiene la figura del camminatore (caminador), del mismo modo que aquí se utiliza todavía al notificador, cuya función es entregar personalmente documentos importantes o reservados. Según Camilleri, Provenzano habría utilizado métodos primitivos, como las palomas mensajeras o las señales de humo, para su correspondencia de haber resultado útiles. Pero el primero, ironiza, hubiera requerido un nido estable algo incompatible con los repentinos traslados de un lugar a otro de un mafioso, y el segundo tendría el inconveniente del exceso de visibilidad. Para el propio capo de la Cosa Nostra, las ventajas del papelito plegado eran muchas frente al teléfono, en el caso de que se le hubiera ocurrido utilizarlo. La nota mecanografiada, al contrario que una conversación, no da pie a malos entendidos sobre una orden, una sugerencia o un consejo. Todo permanece por escrito y archivado gracias a las copias del autor. El riesgo estaba en el mensajero interceptado.