Ayer oí en la radio el anuncio de un exclusivo club de playa en el que además de informarte de que te obsequian con frutas, que las hamacas son muy amplias y cómodas, que hay una de esas piscinas infinito y que dispones de wifi, se menciona que el establecimiento cuenta con carta de gafas. Sí. de gafas.

No sé yo si habrá gente que de primero quiera ser miope, de segundo pida una de dioptrías y más tarde para la puesta de sol elija unas que filtren bien el contraluz. O lo mismo es para que cambies de colores. Eres hipermétrope o bizco todo el tiempo pero lo eres ora con unas gafas azules ora con gafas verdes. Yo siempre he sido muy clásico con eso de las gafas: me compro una y las pierdo a la semana. Soy un cliente rentable para tal industria. A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos, sí, pero a veces con gafas y otras veces buscándolas por toda la playa, el coche, el apartamento o el chiringuito. Las gafas dicen mucho de una persona. Otras escuelas filosóficas opinan que los zapatos dicen más. Y no es que el pelo diga poco. Lo que no sabemos es qué dirá de alguien no tener pelo e ir descalzo y sin gafas. A lo mejor es que es un bebé. O un cliente del club de playa que va camino de la piscina. O Zidane saliendo de la ducha. A estas alturas del artículo no tenemos muy claro si queremos reflexionar sobre las gafas o sobre la imaginación en el mundo de los negocios, prestos a ofrecerte servicios exclusivos y novedosos. Hay carta de puros, de zumos, de gin tonics, de aguas, de almohadas, de hielos, de chocolates y hasta de porros, así que ya estaban tardando mucho las de gafas, que seguramente el cosmopolita lector que nos merecemos ya habrá visto en algún lugar. Puede que incluso nos esté leyendo con unas gafas elegidas en la carta del club en el que se encuentre. Sería curioso que nuestro artículo le sugiriese unas cosa con unas gafas y otra con otras. Más curioso sería una librería con gafas de alquiler para leer prosa y gafas de alquiler para leer poesía. Esto tiene un relato. Imaginemos que alguien se lleva unas gafas de poesía pero un libro de Stephen King y, o bien se vuelve loco o bien lo invade un terror pero de corte poético que no sólo le impida dormir; también que le haga las rimas asonantes de sus propios alaridos.

«La vida es fascinante: sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas», dijo Einstein. Muchas cosas me sugiere esta frase. Se las ahorro todas salvo una: también un genio puede decir frases que parecen de Coelho o del amigo filósofo del Facebook. Por cierto que Einstein no solía peinarse, no llevaba gafas y seguramente el aspecto de sus zapatos era la menor de sus preocupaciones. Sin gente como él, por mucho que cada cual llevara las gafas que quisiera, todo se vería con distinta óptica.