Mariano Rajoy le ha asegurado a Albert Rivera que no negocia con los nacionalistas pero de aquí a la investidura o a la no investidura un chaparrón de concesiones desmentirá sus palabras. El catalán en la intimidad, según el diccionario Aznar, consiste en pactar con sigilo. Las conversaciones secretas, sin embargo, están amenazando el presente y el futuro de la gobernabilidad en vez de enderezarlos. No se puede absolver al Partido Popular por traicionar su discurso sobre España negociando a cambio de un plato de lentejas el apoyo de los que la quieren romper. Rajoy está perdiendo la oportunidad de mantener coherencia en la defensa de, al menos, una idea. Pero también es cierto que nadie, ninguno de los candidatos de los partidos, ha sido capaz de anteponer los intereses generales a los particulares.

Los socialistas, urgidos ahora por sus dirigentes históricos, perdieron la oportunidad de mostrar la grandeza de una organización que representa la principal alternativa democrática ofreciéndose a buscar soluciones para la gobernabilidad desde la oposición, e interpretando como es debido los resultados de las urnas. Para ello sólo tenían que haber dado un paso al frente, ponerle un par de condiciones asumibles al PP y enviar a los españoles un mensaje de responsabilidad dando fin de una vez por todas a este despropósito. Pablo Iglesias tendría que haberse dejado de jugar al ratón y el gato con el PSOE alimentando expectativas imposibles con tal de sacar rédito en la lucha hegemónica de la izquierda. Rivera, que ahora por fin tiene la excusa del españolismo, una de sus banderas, debería haberse conformado, de momento, con ser el ala liberal del PP.