Un río, quizá un lago, de aguas mansas de color azul-imposible para los lagos y ríos. El cielo, azul-cielo. La luz, amaneciente. En sus flancos, sendas laderas que un día bajaron montaña abajo a beber al lago, quizá río, y se quedaron allí a beber para siempre, y renunciaron a ser laderas, y se convirtieron en orillas. En cada una, unos abetos. Y en el centro, en primer plano, un embarcadero, de madera, rústico, como los embarcaderos rústicos de antes.

En su lado más adentrado en el agua, dos candeleros de madera rústica, como la de los embarcaderos rústicos de antes, se elevan desde el fondo del río, quizá lago, y se aúpan erguidos hasta el pantalán para sostenerlo y atravesarlo y eternizarse como asideros de las embarcaciones que con sus cabos los abracen mientras descansan. El candelero de babor, desde mi perspectiva, tiene pulsera para trincarse; el otro, el de mi estribor, se muestra desnudo y enhestado y ofrecido al abrazo de las gazas y cotes que lo requieran. Poco más allá del embarcadero, una a cada lado, dos piedras asoman tímidas sobre el agua del lago, quizá río. Son piedras mamíferas que emergen para respirar. En el centro y en su borde, sentados, mirando al río, quizá lago, un niño con camiseta amarilla y un perro blanquinegro alunarado, sin camiseta, me dan la espalda.

-Algún día todos moriremos... -le dice el niño al perro, en perfecto American English de Minnesota.

-Cierto, pero el resto de los días, no... -le responde el perro, en perfecto British English de Essex.

Son Charlie Brown y Snoopy. Y lo descrito, una viñeta de Schulz, el genio historietista que con sus Peanuts (Pequeñeces), tanto me ayudó a pensar. Lo descubrí de zagal. Y si seguro estoy de que, con su mensaje, Schulz despertó el instinto y la voluntad de muchos que terminaron dedicando su vida a la psicología, más seguro estoy de que en mí lo que despertó fue el instinto y la voluntad imposibles de ser perro. Yo, entonces, aspiraba a ser Snoopy.

Mi encuentro con la psicología vino más tarde. Aunque no tengo consciencia de ello, hasta pudo suceder cuando advertí que nunca podría ser perro, en esta vida. Entre tanto, lo que sí se produjo fue un cambio en la relación con mi perro, que casualmente se llamaba Charlie: me pasaba los días hablándole en el mejor British English que entonces sabía. Pero no, aunque siempre me entendía, nunca logré que me contestara en British Essexer. No pudo ser...

La viñeta la reviví espontáneamente anoche, mientras chupaba un polo de hielo. Y esta mañana, ya sin polo que chupar, a medida que avanzo en el reto del folio en blanco de cada martes, voy descubriendo que lo de anoche tenía querencia, porque solitas, sin haberlas requerido, las conjunciones copulativas han venido a acompañarme, y ahí están las tías, dispersándose por el folio en forma de polisíndeton encadenados, pintados de negro. La cópula, la copulación, lo copulativo... tiene efectos milagrosos. Las Peanuts de Schulz, también. ¡Y los polos de hielo, ni te digo...! Cosa de julio, el mes séptimo, supongo...

Si ustedes, custodios del Oráculo de la Carrera de San Jerónimo, dedicaran el esfuerzo suficiente a los asuntos copulativos, otro gallo cantaría, señorías. La práctica copulativa, como todas las prácticas buenas, es sana, y la cópula es connatural al ser humano. Créanme, esto también va con ustedes, los políticos. La unión, la cópula, es lo gustoso, lo natural, lo nutricio... ¿Por qué, entonces, ustedes que lucen señoría por obra y gracia de las democráticas escrituras de nuestra Constitución, en lugar de cabrearnos con extemporáneas cantinelas que los delatan, no nos dan cuartelillo y nos sorprenden imitando a las conjunciones copulativas, y se acercan y se unen y se juntan y se entregan a la copulación serena, que tan gustosa es...?

Ustedes, señorías, perpetuos aspirantes a la facundia, rastreadores eternos de la retórica -a la que raramente dan buena caza-, lo tienen fácil. Olviden las conjunciones adversativas. Háganme caso, las cópulas, además de unir, dan gustito y alivian los rencores y descargan la consciencia y ayudan a dormir... No sean chambones.

Yo, sépanlo, mientras pueda, insistiré en lo del polo de hielo, porque, además de refrescarme el verbo, me empuja a lo copulativo, que tanto me relaja y me serena. Cosa de julio, el mes séptimo, supongo...