Las elecciones son un deporte para viejos. La vulneración de este principio ha dinamitado el mapa bipartidista, y el PP confía en que la reiteración de convocatorias electorales desemboque en una mayoría absoluta por decantamiento. El titular de la semana reza que «Rajoy financia la independencia de Cataluña», dada la concatenación sino causalidad entre el apoyo de los nacionalistas a los populares en el Congreso, la inmediata concesión de 1.600 millones por parte de Soraya Sáenz de Santamaría a Oriol Junqueras, y la aceleración del proceso independentista en el Parlament. Estos «acuerdos puntuales», porque así fueron definidos, solo conllevan una responsabilidad criminal cuando son desarrollados por partidos distintos del PP.

Rajoy continúa en La Moncloa. Su propuesta para resolver la cada vez más engorrosa interinidad entronca con la adolescencia, «no me presentaré al examen si no me garantizan un aprobado». Demuestra una sorprendente ausencia de temple, en quien fuera opositor a registrador de la propiedad. Pese a sus cacareadas dotes parlamentarias, se considera incapaz de recaudar un solo voto a través de un conmovedor discurso de investidura. El condicional de su portavoz Rafael Hernando no deja espacio a la imaginación. «Si tenemos apoyos suficientes, iremos a la investidura». Con apoyos suficientes, cualquier ciudadano español resultaría investido, se suponía que el candidato popular posee credenciales superiores a una vulgar tautología.

Rajoy exige un aprobado político, la benevolencia del profesor después de un curso agujereado por las huelgas y demás vicisitudes que han imposibilitado el aprendizaje de la asignatura. Se insiste en que la situación de alarma obliga a votar al candidato del PP. Sin embargo, lo grave es que ni la situación de alarma le otorga votos más allá de los cautivos de su partido. Al igual que sucede con los electores en las encuestas, los diputados que endosan a Rajoy se avergüenzan de su respaldo pecaminoso y se niegan a confesarlo. La mesa del Congreso se decidía en secreto, la prolongación del ocultismo allanaría la investidura. Por desgracia, se vota nominalmente. Con este requisito, los populares no han conseguido ni un voto cuando ha transcurrido un mes largo desde las elecciones.

El beligerante Hernando denuncia a quienes «están bloqueando» la investidura. La negativa a votar a Rajoy no implica bloqueo alguno, se supone que es una opción legítima y por otra parte mayoritaria entre el electorado. Nadie acusó de este vicio obstaculizador al PP, cuando se negó muy lógicamente a apoyar el pacto PSOE-Ciudadanos que hubiera propulsado a Pedro Sánchez a La Moncloa. Al contrario, hubiera sorprendido el apoyo de los populares, y no abundan los documentos periodísticos que reclamaran un gesto de los conservadores para evitar unas nuevas elecciones. ¿Por qué escandaliza ahora que Sánchez anuncie el mismo voto en contra que recibió de Rajoy en una circunstancia simétrica? Volviendo al famoso bloqueo, la felicidad del término no mejora su fiabilidad. No abundan las declaraciones extemporáneas contra Rajoy. Incluso se ha decretado una tregua en el recuento de sus innumerables vínculos con la corrupción.

Rajoy no ha exasperado a los enemigos que le «están bloqueando». Al contrario, genera una irritación creciente entre los amigos, hartos de su aspiración a un aprobado político que ni siquiera solicita con buenas maneras. Ana Pastor lo tuvo más fácil y obtuvo mejores resultados, otro síntoma de que el líder del PP la colocó en la cúspide del Congreso para librarse de una íntima y sin embargo competidora. La contumacia en mantener al presidente del gobierno en funciones como candidato único de la derecha dificulta el tránsito. Ningún sondeo apunta a que una masa nutrida de ciudadanos añoraría a Rajoy al día siguiente de su retirada, a excepción quizás de algún juez de Instrucción.

Tras la enésima ronda de contactos del Rey, el presidente en funciones sigue sin sumar un voto a los obtenidos en las urnas. Este panorama fue definido por el infatigable Hernando como «investidura fallida». Incluso con una piadosa abstención masiva, 137 votos es un marcador desolador para enhebrar un mandato. En la pasada legislatura, se culpó a Sánchez de no haber reunido los votos necesarios para la investidura. El secretario general del PSOE había fracasado rotundamente tras ligarse a Ciudadanos. Ahora, el frágil líder socialista vuelve a fracasar si no sale elegido Rajoy, que será absuelto de nuevo. En algún momento habrá que volver los ojos hacia el verdadero causante del «embrollo», por emplear uno de sus vocablos fetiche.