Escuchar la intención prestidigitadora de nuestros próceres en sus últimas comparecencias me sobrecoge. Especialmente porque lo incomprensible no viene de unos quídams, sino, sea, de todo un presidente del gobierno, en funciones -o disfunciones-, sea, de los que aspiran a lo mismo, más pronto que tarde. Y en cada trance me acuerdo de la jitanjáfora, esa figura literaria que para algunos es una rareza exótica para iniciados, y, para otros, el chusco invento de un ilustre que, aburrido de la ortodoxia, terminó convirtiendo la poesía en mera tontería fonética.

Para mí, hoy, que no pretendo ejercerla, la jitanjáfora es solo un nombre, un adminículo, una metáfora que traslada sentires y pensares. El padre de la criatura fue Mariano Bull, insigne poeta camagüeyano de la primera mitad del pasado siglo, que, por cierto, vivió parte de su niñez en Málaga. El esforzado que la empujó hasta la RAE, Alfonso Reyes, el ensayista mexicano. La jitanjáfora, en síntesis, consiste en un texto sin sentido conformado por palabras existentes y/o inventadas, cuyo valor reside exclusivamente en la eufonía y el ritmo del conjunto de la composición. La cubanía del inventor seguro que tuvo mucho que ver con lo del ritmo eufónico como objetivo único.

Pues eso, que, últimamente, tras escuchar a nuestros aspirantes al gobierno patrio, me levanto y, alelado, me miro y me remiro en el espejo. Y me pregunto, ¿pensará ese señor palabrero que soy estúpido o memo o sandio o papanatas o lerdo..., o pensará simple y llanamente que soy gilipollas, que es lo mismo, pero más rotundo? ¿Se habrá enterado ese respetable señor de que la palabra es un bien compartido entre el que la dice y el que la escucha? ¿Sabrá, como dijo Pitágoras, que es mejor mantener la boca cerrada, aunque los demás nos crean tontos, que abrirla para que los demás se convenzan de ello...?

Cuando observo cómo, para lo suyo, cada cual, a su interesada manera, experimenta con lo nuestro, no acierto a explicarme por qué no toman consciencia de que tener opiniones firmes y defenderlas es un acto individual de nobleza, pero que, cuando eso es lo único que se tiene, es conveniente ser cauto y cuidadoso para no propiciar actos de irresponsabilidad colectiva. O sea, que si lo que vamos a decir no es más nutricio e inteligente que el silencio, mejor callar. Por cierto, hablando de callar, sería hermoso que todos, es decir, todos, empezáramos a demostrarnos que hemos tomado consciencia de que el respeto es cosa tanto del que arenga desde la tarima, como del que escucha a pie de ella.

Últimamente pareciere que nuestros líderes, unos más y otros menos, pero todos algo, quizá subconscientemente, por mero instinto de supervivencia, sin conocerla, han descubierto en la jitanjáfora una vía de comunicación hermenéutico-frangollona. El último «jitanjaforador», por ahora, ha sido nuestro presidente de todos, en su caso, tal vez por pura «tocayería mariana» con el inventor de la cosa. Y me empujó a esbozar una sonrisa.

La figurada jitanjáfora del presidente -que no cabe en 725 palabras-, tuvo como hilo conductor la futurología, intratable e imposible aquel día de autos, según él. «Yo también quiero anticipar el futuro, pero ahora no es posible», o algo así, dijo. No sonaba mal, pero no decía nada. Y tanto la respuesta del presidente como la pregunta de la periodista me recordaron -de ahí mi sonrisa- una pregunta/respuesta en la que participé hace mil años, cuando estudiaba Ciencias Náuticas. La pregunta, entonces, que no era una jitanjáfora aunque bien podría serlo, tenía un declarado retintín que no tenía la de la inocente periodista:

-¿Qué es y cómo se llama lo que pasando por los ollaos de la relinga de grátil se enverga en el nervio de la entena? -esta fue la preguntita.

-Es un cabo delgado y se llama envergue -contesté en cero coma poco.

Quizá porque no se esperaba el milagro -que lo fue-, la cara del docente aquel día, en sentido positivo, se trocó en poema... Como la mía, en sentido negativo, con las pseudojitanjáforas fustigantes de los mistagogos patrios a lo largo de nuestras inacabables elecciones.

Creo que sería bueno que todos tomáramos nota de que, en tiempos de incertidumbre, tan inaceptables son las jitanjáforas, como los sabios que no dicen lo que saben y/o los necios que no saben lo que dicen. Mera cuestión de respeto...