Qué pestazo a elecciones. Ayer puse el Telediario y salió Rajoy dándole la mano, primero a Sánchez y luego a Rivera. Y fue entrar por la ventana un tufo a mitin y a urnas y a encuestas y a jornada de reflexión y a fiesta de la democracia. Y también a gracias por participar, hemos ganados las elecciones, el pueblo ha dado una lección, balcón de Génova, morreo a la santa, conectamos con la sede de los demás partidos. Bla, bla, bla. Uf.

Cerré las ventanas. Yo, de toda la vida, cuando abro una ventana y hay olor a elecciones me quedó siempre ahí, cerca, aspirando fuerte, incluso haciendo mañana o tarde en el alféizar, tomándome un café o un gin tonic, extasiándome y pensando en a quién voy a votar. A veces hasta me quedo dulcemente dormido (no suelo quedarme saladamente dormido) y sueño que soy interventor y que salvo a una chica joven y preciosa de votar a los malos y me la llevo luego a lomos de un brioso corcel que nos aleja del mundanal ruido por una pradera.

Pero ahora, si entra olor a elecciones me pasa como cuando se me pudre un plátano en la nevera, que primero me da lástima, luego me da asco, más tarde lo tiro a la basura y luego pienso que nunca más voy a comprar plátanos. De hecho, no me gustan nada. Los compro igual que alguna gente vota: por que hay que votar. Llega el día, se levantan. Se reproducen y votan. Incluso algunos, con lo largo que se les hace el domingo, votarían dos veces. Un amigo mío lo intentó. Pero lo cazó un interventor, que como no tenía princesita que salvar ni yegua que montar para huir tuvo que dedicarse a aguarle la fiesta (de la democracia) a los demás.

Rivera no quiere a Rajoy, no lo quiere nadie ni nadie le da un apoyo. A mí en el fondo este hombre me da pena, como los plátanos, pero no nos puede gobernar nadie por pena ni tampoco alguien que no consigue ningún apoyo. Tampoco puede gobernarnos Sánchez, que disfraza de actividad lo que es un bloqueo meditado. Ni deja formar ni forma Gobierno. En el diccionario, al lado de la definición de bucle sale una foto de los líderes políticos españoles, que no son muy líderes ni están muy a la altura. Ni se merecen, como Platanito a las puertas de las Ventas, pedir una oportunidad.

Temiendo estoy llegar de nuevo a casa. Por si se me ha pudrido un plátano. O por si pongo la televisión y en lugar de salir un documental en color sobre la I Guerra Mundial, Revilla el de Cantabria, Marhuenda o Matamoros, me sale un noticiario con los dignos estos haciendo proclamas y dándose la mano. Cualquier día no va ni un fotógrafo, de tan repetida y astragante que comienzan a ser las imágenes de este cortejo de impotentes. El corrector quiere que escriba cortijo. Bueno, pues también. Abramos los ojos más que las ventanas, no nos entre una brisa inoportuna de ingobernabilidad, un aire de ridículo país paralizado. Un huracán de tedio que nos deje aplatanados.