Los humanos, en su constante contradicción, en lo que es, seguramente, una muestra más de nuestra profunda ceguera, llevamos algunos milenios sorprendiéndonos cada vez que vemos a una persona desnuda o un animal vestido, ambas cosas nos asombran por igual. Con lo que aún no lo tenemos claro del todo es con el arte. El desnudo en el arte provoca sensaciones encontradas entre quienes lo ven natural y admirable y los que lo ven pornográfico y pecaminoso.

Si alguien ha sufrido los furibundos ataques de estos últimos es, sin duda, el pobre Miguel Ángel. Cuando hizo la Capilla Sixtina, de acuerdo con el gusto del Renacimiento pintó las figuras desnudas. Todas. Miguel Ángel opinaba que «las almas no tienen sastre que las vista», y por eso todas las figuras, incluyendo a Jesús y a la Virgen, aparecían originariamente desnudas. Aquello provocó un extraordinario revuelo entre los cardenales, y especialmente furibundo fue el maestro de ceremonias Biagio de Cesana, hasta el punto que consiguió que el Papa Paulo III obligara a alguno de los discípulos de Miguel Ángel (el artista se negó rotundamente a cambiar nada) a poner algunos velos tapando lo que les parecía más indecoroso.

Pero Miguel Ángel, cuyo mal carácter es legendario, se vengó. En la zona del juicio final, casi en la esquina inferior derecha, como portero del infierno aparece una figura de enorme nariz y melena blanca, con dos orejas de burro y una serpiente mordiéndole los genitales. Por supuesto, es el retrato de Biagio de Cesana, quien, al verse en el infierno, acudió al Santo Padre implorándole que borraran su terrible retrato. Pero Paulo III, que tenía su retranca, le respondió: «Querido hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio podría sacarte, pero estás en el infierno y me es imposible, hasta allí no llega mi jurisdicción».

Pero los maliciosos siguen persiguiendo a Miguel Ángel. Ahora, una ciudadana de San Pertersburgo está indignada porque han puesto en las calles de la ciudad una réplica del David que esculpió Miguel Ángel. Al parecer, a la señora Ina, que tal es su gracia, le molesta la visión de los atributos sexuales de la estatua, y ha acudido al Defensor de los Derechos de los Niños en San Petesburgo para que quiten la escultura porque es «indecorosa e inapropiada».

Tiene uno la tentación de sospechar que la señora Ina es la reencarnación del cardenal Biagio de Cesana, que sigue con sus manías. Pero, si hay una mínima porción de justicia en el Universo, habrá también una reencarnación de Miguel Ángel que en este preciso instante está tramando una irreparable, eterna, magistral venganza.