Se acerca la Feria. Un concejal bostezante presenta, sin embargo con cierto entusiasmo, las novedades de este año mientras los plumillas tratan de que estas sean más y más por un mejor vender la cosa a sus jefes y así colocar bien sus texto-noticias en sus respectivos periódicos y webs. La Feria de la Marmota. El sábado por la mañana, día 20, cuando aún quede casi un fin de semana de fiesta, como pasa todos los años, el alcalde de la ciudad dará una rueda de prensa para proclamar con exactitud descartiana el número de individuos e individuas que transitado han por el Centro y el Cortijo de Torres. Borgiano será nuestro escepticismo. Menudo trabajo el del nota que tiene que estar contando a toda la peña. El concejal bostezante lo estará aún más ese día, después de tantas jornadas de acompañar al regidor, que va de caseta en caseta para que todo el mundo le diga a las muchas casetas que va. Una vez se encontró con el responsable provincial de un sindicato siete veces en un mismo día. Lo cuenta el responsable sindical, no el alcalde, que corregiría y puntualizaría al alza o a la baja el citado número, no por cascarrabietud, sí por proverbial memoria que a nosotros nos falla. Y al sindicalista.

A estas horas un camarero se entrena como quien lo hace para la maratón de Nueva York. Aquí no hay rascacielos por entre los que corretear y sí barras y mesas llenas de obstáculos y vinos de la tierra, gambas, boquerones y mozos y mozas ávidos de diversión. Ávido es una palabra muy de salir en Feria. El resto del año estamos ávidos también. De emociones o amor o trabajo o de tener una colección filatélica o de encontrar un sitio donde las croquetas estén en su punto. Pero no estamos ávidos de escribirlo y así, ávido se pasa el invierno en el cajón de las palabras, de donde sale un tanto desmañado y desmejorado. Como menos ávido y más desganado. El desuso desmejora. Que se lo digan a líbero, que ya casi nadie lo usa. No lo usan ni los entrenadores. Líbero es una palabra de banquillo.

La Feria de las comparaciones. Más y mejor que en ciudad vecina, dicen. Más y mejor por estar las casetas abiertas a todo el mundo. Bendita apertura. Una niña vestida de gitana cumple su sueño y decenas de forasteros ataviados como para una despedida de soltero se hacen selfies en la estatua de Andersen, que está recalentada por el sol y por las adolescentes cortas de pantalones que se le sientan encima. Salen titulares sobre el consumo de vino. El terral no se pierde la fiesta, al menos un día. Alguien saldrá a la palestra con la idea de trasladar la Feria a septiembre. Y ahí se quedará, como todos los años, solo en la palestra mientras no pocos apuran copazos y piensan en que podría haber Feria en agosto y en septiembre, posibilidad esta que si se diera alegraría éste último mes, que es muy dado él a la melancolía, a la vuelta al cole y al torpe otoñismo, dado que el otoño de verdad llega en octubre. Y con él el otoñismo verdadero y no impostado, que es gozo de poetas, de vendedores de chubasqueros y de señoritas que se llaman Pilar. Una de ellas viene este año a la Feria por primera vez. Estamos ávidos de enseñársela.