El siglo XXI requiere que abandonemos el enfoque mundo y abracemos la perspectiva del planeta. Exige transitar desde la noción de sociedad a la de comunidad planetaria. Armonizar la ciudadanía estatal con una nueva ciudadanía de la Tierra. Para ello es necesario construir un nuevo sentimiento de identidad y redefinir el actual sentimiento de pertenencia.

El territorio, primeramente, fue definido por las fronteras de los estados. Hoy vuelve a ser delimitado por el cambio climático, que con sus muros climáticos, determina los espacios habitables, los recursos disponibles, los movimientos migratorios y la seguridad de las personas. El territorio del planeta está siendo redefinido por sumergimiento de unos debido a la subida del nivel del mar y por la emergencia de otros por el deshielo. Pero también, y sobre todo, debido a la aparición de murallas climáticas, nueva categoría de fronteras que separan por inhabitables territorios antes habitables. En este contexto, cuyo efecto es el desplazamiento masivo de seres humanos en busca de refugio, las fronteras políticas se convierten en instrumentos de agresión a los derechos humanos de los desplazadas. La solución no es el viejo control de fronteras para la salvaguarda de los intereses y la cohesión nacionales. Exige desarrollar una perspectiva planetaria de la ciudadanía, del estado, así como de las relaciones con la Naturaleza.

La sociedad humana es sólo un subgrupo de la comunidad planetaria. Comparte planeta con el resto de seres no humanos. Y con aquéllos que vendrán después y ocuparán el mismo planeta. El primer deber de toda comunidad es velar por la continuidad de la misma en el tiempo. Ello requiere insertar en la actividad económica la variable intergeneracional o justicia entre generaciones. Esta se materializa con el reconocimiento y establecimiento de derechos y obligaciones planetarios, cuyo efecto sería vincular a los ciudadanos con el planeta y con el futuro.

¿Qué son? Los derechos planetarios, son derechos inherentes a todas las generaciones que no están limitados a las generaciones posteriores cercanas. Comprenden derechos a condiciones de biodiversidad y calidad ambiental equivalentes a las disfrutadas por generaciones anteriores. En cuanto a los deberes planetarios, el principal es que cada generación sólo puede tomar del planeta aquello que le resulte necesario para satisfacer sus necesidades, sin comprometer la capacidad ecológica y socioeconómica de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Este deber contiene cinco deberes de uso: de conservación de los recursos; de acceso equitativo a la utilización de los recursos; de prever o disminuir el impacto negativo sobre los recursos o la calidad ambiental; de minimizar los desastres; de soportar los costes del daño.

¿Cómo materializar estos derechos y obligaciones? Una fórmula es el establecimiento de un estatus ciudadano desdoblado, en una ciudadanía de la Tierra, de la que se gozaría por el mero hecho de pertenecer a la comunidad planetaria, a la que quedarían vinculados los derechos y deberes planetarios, garantizados por un organismo global y los estados; y en el estatus de ciudadanía clásico, vinculado al estado o ente supranacional de residencia, al que quedarían vinculados los derechos políticos y sociales. Se trata con ello de forjar un sentimiento de identidad planetaria. Una identidad inclusiva que parte del hecho de habitar todos el mismo planeta, y se basa únicamente en el nosotros, no en el ellos y el nosotros. Esta identidad planetaria debería de estar acompañada de un sentimiento de pertenencia al territorio de residencia, apoyado en un patriotismo constitucional verde. Donde la libertad de empresa se convierte en «libertad dentro de» los límites del planeta y dentro de la cuota de recursos que cada generación tiene asignados. Donde el significado de la igualdad es reconstruido desde la realidad del cambio climático, el reconocimiento de la finitud del planeta y la problemática del acceso a los recursos y a los servicios ambientales. Donde la justicia también es ambiental: derecho a un medio ambiente más limpio, más sano y más seguro. No hay justicia social sin justicia ambiental, pues las desigualdades sociales hoy tienen su origen no sólo en el desigual acceso a los recursos, sino también en el desigual acceso a los servicios ambientales.

Hoy más que nunca es necesario hacer realidad la expresión no hay más patria que el planeta e iniciar a la vez mutaciones moleculares y enmiendas a la totalidad de la sociedad industrial. Instalarnos en la comunidad planetaria. De continuar la parálisis actual, la segunda mitad del siglo XXI podría estar dominada por dictaduras ecofascistas que combinen la ecoeficiencia autoritaria con la justificación de las desigualdades sociales y ser el escenario resultante un mapamundi poblado de «archipiélagos bunkerizados de bienestar» en un mar de barbarie.