Las elecciones vascas y, en menor medida, las gallegas emergen como una factor de perturbación añadido a una coyuntura política dominada por la incertidumbre. El horizonte de sucesos de ése al que llaman el maestro de los tiempos parece que excluía dos convocatorias electorales que, como mínimo, tienen el efecto de tensar los discursos e impiden acercamientos que, en otras circunstancias, quizá resultaran factibles.

Al modo en que la Bolsa descuenta de antemano las consecuencias de sucesos muy previsibles, el fracaso de Rajoy en su intento de revalidar el título la próxima semana se da por hecho para comenzar los sondeos sobre el tiempo oscuro de la posinvestidura fallida. Resulta impredecible -ni ellos mismos lo saben- la salida que buscará el PSOE para abandonar la trinchera del triángulo del no -a Rajoy, a Podemos y adláteres nacionalistas y a las terceras elecciones-, pero, en cualquier caso, la solución, si la hubiera, requiere un abandono de todos los apriorismos que ahora condicionan el debate político y colisionan con el complejo reparto de representación salido de las urnas el 26 de junio.

Aquí es donde los resultados de las elecciones vascas pueden contribuir a establecer lazos descartados en este momento procesal. A tenor de las primeras previsiones, el ascenso de Podemos en el País Vasco, el único territorio en el que gana peso electoral sin someterse a sus alianzas autonómicas, complicará la gobernabilidad al PNV, que necesitará de un socio con cierta estabilidad. Los socialistas ya han jugado antes ese papel y, pese a la maniquea cuenta de Pedro Sánchez cuando los suma a las ´derechas´, los peneuvistas están en muchas posiciones más cercanos al PSOE que al PP. Con ese horizonte, el llamamiento de los populares a los nacionalistas para que sean el tercer socio y prospere al investidura de Rajoy tiene un tono que resultaría cómico si no fuera desesperado .