No quiero pediros que seáis buenos todo el día. No. Hay momentos en los que te es imposible dejar de estrellar un «ñosco» en la espalda de nuestro enemigo. Bueno, sin brutalidad y democráticamente. Que nadie pueda decir que nos educaron frente a un colegio de pago. Buena era mi señora madre cuando transgredíamos las normas de su «Constitución particular». Jamás nos pegaba, no porque le diera mucha pena, no, decía que un coscorrón se olvidaba en unos minutos, copiar diez veces una poesía de Espronceda, por lo menos tres meses. La mejor forma de comprobar la efectividad del castigo es preguntarse cuántos años hace de aquel dislate:al menos sesenta. Ni una palabra más que añadir al respecto. Mientras concluía el párrafo anterior ha pasado junto mi ventana -un séptimo piso- un avión cisterna cargadito de agua y con prisas. Algún vecino o vecina ha arrojado la colilla de su cigarrillo, sin apagar, por la ventanilla del coche que conduce. ¡Vamos a ver si empezamos a «bien usar» el talento que nos dieron nuestros padres! ¡Con el tiempo que tarda en reproducirse lo quemado! ¿En qué empleamos la inteligencia? No hagáis que os conteste porque mis palabras no os sonarían a canto celestial, os lo juro. Los años nos dan muy mal humor. Sí, ahora lo llaman «humor».

Por otra parte, queridos lectores, no os imagináis lo que frustra oír a los pocos ancianos que quedan con más años que yo: «Ahí había plantado un chopo enorme cuando yo era chico». «Ahí había plantado un naranjo que abastecía de muy buenas naranjas a los niños de El Palo». No queda nada, amigos, ni una naranja que nos quite la sed cuando no hay otra cosa que llevarse a nuestras bocas. Hoy estoy algo noña, negativa, pero os prometo que el próximo viernes os sorprenderé con una buena noticia, muy buena que la disfrutaremos todos.