Rafael Pérez Estrada creía en los espejos, en el corazón, en los viajes imaginarios, en las piedras preciosas, en los animales fantásticos, en los sueños, en los personajes extraños, en los asesinatos de papel, en los gritos. Rafael Pérez Estrada creía en la imaginación, que es ese lugar donde lo real se subordina con alegría a lo imposible, cierra los ojos confiado y se dejar llevar de la mano por él hasta el final del mundo. Rafael Pérez Estrada creía, quizás por encima de todo, en los ángeles, seres de mediación en todas las culturas (entre lo alto y lo bajo, entre lo visible y lo invisible, entre la luz y la oscuridad, entre los humanos y los dioses) que en él, además, funcionaban como símbolo por excelencia de la creación, de la creatividad, del creador. Porque los ángeles, al ejercer el contrabando entre planos disímiles y hasta contradictorios, encienden la chispa de lo que María Zambrano denominaba razón poética, una facultad o una llama de amor viva sin la cual es muy complicado alcanzar ninguna clase de excelencia existencial. Y porque, además, cualquier artista que se precie, como fue el caso del propio Rafael Pérez Estrada, acaba convirtiéndose él mismo en ángel, en mediador, es decir, en encargado a tiempo completo en las obras de mejora del universo (que falta le hace, al pobre, ahora y siempre).

Sobre los ángeles Rafael Pérez Estrada dejó dicho cosas como estas: «El ángel del solitario vive en otra casa», «El ángel del ladrón roba sombras», «El ángel del río atraviesa el espejo y muere», «Los ángeles del miedo cabalgan pegasos de plata», «El ángel del sediento tienes palabras de polvo», «Con el ángel caído empieza la gravedad», «Si el ángel siente vértigo el paracaidista perece» o «Nadie acepta los servicios del ángel del asesinado». Relámpagos, trallazos, fulguraciones, intuiciones, brillos, senderos abiertos: si uno persevera lo suficiente en cualquiera de esos aforismos, si uno los resigue hasta que comiencen a difuminarse, se encontrará de pronto en una tierra de nadie y virgen a su disposición, un territorio que podrá colonizar con su inteligencia, su sensibilidad, sus deseos o sus circunstancias personales. Los aforismos y los poemas de Rafael Pérez Estrada enriquecen a cualquiera que los habite el tiempo suficiente, y el tiempo es suficiente, como saben los poetas y los amantes y los ebrios en general, cuando un pestañeo dura lustros y un año sabe condensarse en un segundo.

La fundación dedicada a Rafael Pérez Estrada ha tenido el acierto de convocar un concurso de aforismos sobre los ángeles en honor de quien le da nombre. Los aforismos, que se escriben con palabras y con los espacios en blanco que separan uniendo las líneas que las contienen (en el doble sentido del verbo contener), son ángeles en sí mismos, ángeles por definición, la vertiente angelical del lenguaje y del pensamiento. No se me ocurre un homenaje mejor a quien supo bailar con tanta elegancia, como un funámbulo vestido de lentejuelas, sobre el cable tendido entre la realidad y la imaginación. Un modo de ser, quienes se animen a aceptar el reto, un poco Rafael Pérez Estrada, que es como decir un poco divinos, un poco transparentes, un poco visionarios, un poco ángeles ellos mismos. Una hermosa iniciativa que viene acompañada de otra reciente e inolvidable: el número especial que la revista Litoral ha dedicado a Rafael Pérez Estrada bajo el título de «El demiurgo». Porque Rafael Pérez Estrada sigue vivo y nos es cada día más necesario.