Continúa la murga bizantina por el poder, sus urgentísimas deliberaciones. Los candidatos se ponen el bañador y España, en consideración, se congestiona. De la augusta tapicería del Congreso se ha pasado al modo running; el país arma y desarma su juntera y su especulación a lo Verano Azul, con sus líderes de tiros cortos. Llegados a este punto, el próximo escenario debería ser una heladería; montárselo quedo, en un descapotable. Al menos Pepín Blanco hacía negocios en las gasolineras, que tienen prestigio de no lugar. Y qué hay más español, uno se pregunta, que ir formando el taco por carreteras secundarias y rotondas. A Pepiño uno se lo perdona todo, por eso de ser del Atleti y haber tenido la delicadeza de no terminar Derecho, que es una carrera que en España los políticos aprueban como los títulos universitarios que los de la NBA le daban en su día al Gordo Barkley. O con la solera del susanismo, a los 14 años. Catorce años son casi tres lustros. Demasiado tiempo para meter canastas y para sacarse una licenciatura, a no ser que se esté aprovechando para insertar el pescuezo en un oficio de los que en España tiene futuro. Esto es, en el chiringuito o en el Berskha. Para ir de constitucionalistas contra los presuntos radicales, a algunos socialistas y peperos, a juzgar por sus méritos académicos, les ha costado un mundo enterarse de qué va la cosa. Y hablamos de la cosa como la Constitución, con prosa de eufemismo arcaico. Volviendo a los runners y a los negociadores con sillas de enea, pues parece que el asunto va ya claramente de ocurrencias. A Rajoy le salen las cuentas amenazantes. Y propone, en caso de fracaso, poner al personal a votar en la madre de todas las fiestas. En España, la España del penacho, del tintito y de los puentes, eso computa casi en términos prácticos como sacar al Ejército. Todo un país en extorsión. Con las gambas congeladas para la sobremesa. Pienso en los dramas personales. Que a uno, como periodista, le pongan el 25 de diciembre a tabular votos puede ser más o menos anecdótico. Pero demuestra, por parte de Rajoy y de su atrevimiento, un escaso conocimiento de la realidad sociológica y de la furia ácrata de las madres de la provincia de Jaén, que en fiestas de guardar pueden llegar a convertir a los del GRAPO, por comparación, en una broma adolescente. Las encuestas, que son a la ciencia lo que el viejo alcahuete a las mujeres, siguen con sus cabañuelas y sus antojos. Y ahora sitúan el foco en la búsqueda de culpables. A Pedro Sánchez le quema por todas partes el suelo bajo los pies. Y ante la falta colectiva de diplomacia no vale ya el empecinamiento de la aritmética. Es cierto que el PP fue el 26J la fuerza más votada, que lo del sorpasso se convirtió al final en un folletín ilusorio por entregas, pero también que los votos, con toda la injusticia de la cuota territorial y la ley D´Hont suman igualmente en el otro lado. Y que los más de 10 millones del PSOE y de Unidos-Podemos reflejan una voluntad popular inequívoca con la misma claridad en el mensaje que los 7 de los populares. Ese respeto recíproco, a los votantes, más que a los partidos, debería ser el verdadero estímulo para no prolongar más la comedia. Y para buscar un acuerdo que impida que en el futuro se repita esta situación de eterna interinidad y de castración sistemática del Parlamento. Si hay que votar una y mil veces que se haga, pero no con tanta novela de costumbres ni plazos tan amplios para el ligoteo. A España, desde hace décadas, le pasa a nivel electoral lo mismo que con todo: que no se sabe si lo urgente es cambiar a la gente o cambiar la ley para que la gente cambie. Si el mundo no tiene arreglo, yo quiero mis gambas. Creímos, visto lo visto, que no habría nunca en el país nada más tonto que el 26J. Y en esas llegó, santurrón, Rajoy, con el 25 de diciembre.