¿Saben esa sensación, cuando están pelando un huevo duro o un langostino, y se les clava la cáscara entre la uña y la carne mortal? Es muy similar a la que ocurre cuando me entretengo frente al frigorífico y la puerta se cierra lentamente hasta darme en los lomos desnudos que, cada vez más, desbordan mi bañador. Pues la misma emoción se me abalanza cada vez que veo a Alberto Garzón, y últimamente, por desgracia para mis cutículas mentales, lo veo casi a diario. Que se casa, que va a la feria, que llama caciques a los jueces de la Junta Electoral por aquello de Otegi con ETA, que felicita a Fidel Castro por llegar a nonagenario, que califica a la OTAN de terrorista legal€ haga lo que haga, lo veo, me lo cuentan, lo padezco.

Y eso me ocurrió este fin de semana. Estaba viendo Trumbo (léase Trambo), la película sobre la vida del magnífico guionista Dalton Trumbo, autor de éxitos inolvidables como Papillon o Espartaco, dos grandes rebeldes. El autor y director fue uno de los Diez de Hollywood, grupo activista que fue torpemente perseguido y por cuya pertenencia al comunismo testificó ante el Comité del Congreso de los EEUU en 1947, lo que le valió pasar once meses de prisión.

La cinta, a pesar de ser una buena historia, peca por obvia, sesgada y tendenciosa. Dibuja al sistema como una panda de ignorantes, grises, burócratas, corruptos, traidores, inanimados, codiciosos, arcaicos y resentidos tan obtusos que, con ellos, la industria cinematográfica estaba llamada a su fin. En cambio, Trumbo y sus correligionarios son expuestos como brillantes, ocurrentes, dinámicos, provocadores, ingeniosos, cohesionados, comprometidos, inquebrantables y, tan creativos y talentosos, que sin ellos el mundo del cine, la democracia, y el mundo tal y como lo conocemos, habrían desaparecido. Así encontramos una película que muestra al protagonista como un mártir que renace cual Ave Fénix, un Mandela del cine y del pensamiento verdadero, o lo que es lo mismo, un contestatario americano de los años 50. Como Garzón, pero de verdad.

Y es que Garzón ha aprendido las nuevas técnicas comunicativas de Podemos y las ha hecho suyas. Cada equis tiempo suelta píldoras incendiarias para intentar que el gran público olvide que su partido, Izquierda Unida, obtuvo menos de un millón de votos en las elecciones generales de diciembre de 2015, un ridículo de índole histórica que dejó a este grupo con dos diputados, sólo por encima de los bienintencionados de Coalición Canaria y los rastreros de EH Bildu. Bravo Alberto.

Personajes como Garzón provocan la hilaridad los días pares y la indignación los impares, pues exprime un sistema de comunicación con el que, de tanto repetirse, se ha convertido en un muro dónde golpean una y otra vez los manidos susurros de un comunismo que ni los comunistas reconocen para luego rebotar el mismo mensaje pero con un eco modernillo y molón.

Palabras, ruidos, ecos, envoltorios, márquetin, eso parece ser Alberto Garzón, un lastimero tentetieso que manosea y envilece un ideario por el que muchos, acertada o equivocadamente, se dejaron la vida por el camino y, ahora, aquel credo se ha reducido a una estupidez hueca y lineal, perfecta para ilustrar con frasecitas las camisetas de festivales veraniegos: Imagina que hay una guerra y no vamos nadie; Ante la preocupación, la okupación; Condenadme y la Historia me absolverá; Viva la dictadura del proletariado; y bla, bla, bla€.

Ya ven, así ando, viendo Garzones por todas partes. Ahora entiendo cómo debe sentirse Pedro Sánchez cuando sueña que se le aparecen ausentes y tránsfugas por las esquinas del primer debate de investidura.

Ayer comentaba este asunto con un viejo conocido, un comunista de los de antes, de los que luchó cuanto pudo y también de los que aplaudió la Constitución Española como límite de un nuevo terreno de juego. Sorbió su penúltimo trago de cerveza, me dio la razón con respecto al joven pseudocomunista y sonriendo me dijo: No te preocupes, en breve es 1 de septiembre y la gente normal vuelve al trabajo. Seguro que, si se trata de ganarse el pan con el sudor de la frente, ahí no te vas a encontrar a Garzón.

Se ganó otra ronda y brindamos a la salud de Dalton Trumbo. Si el famoso guionista levantara la cabeza sentiría vergüenza de todos aquellos que tergiversan y malinterpretan los principios de otros para beneficio y promoción propia, empezando por Garzón, más conocido como el Espartaco de Twitter o el Papillon del S.XXI. Como ustedes prefieran.