Entre amaneceres malagueños brumosos e incertidumbre inicua continuada en materia de formación de gobierno, coinciden hechos, como es el caso de hoy, los cuales nos invitan a creer más en la causalidad y no en el simple azar. Hace una década exactamente que el óleo de Edvard Munch El grito, transfigurado como icono cultural en todo el orbe, fue recuperado por la policía noruega tras dos años de mutismo por el robo perpetrado de la obra en el museo dedicado al artista en Oslo.

Todas las interpretaciones del cuadro exhiben a un personaje andrógino en primer plano, quien personifica al hombre moderno gritando en un trance de tormento y desespero, valorado como una de las grandes creaciones del movimiento expresionista. El expresionismo resalta el alma humana como foco de sus preocupaciones, es decir, se centra en los conflictos íntimos y privados de las personas, presentándose como el modelo más manifiesto de la angustia contemporánea. Su realidad está basada en la experiencia emocional y espiritual por encima de un entendimiento deductivo. Parece restaurarse de nuevo esta tendencia taciturna entre la ciudadanía, en la cual se entremezclan lamentos, clamores, quejas y bramidos aflictivos silentes reavivados por la falta de consenso y conciencia de quienes se dicen nuestros representantes: los elegidos. Es inadmisible como después de algo más de ocho meses después de las elecciones del 20 de diciembre y tras una posterior convocatoria el pasado 26 de junio -303 días sin Gobierno-, el Congreso viva un segundo debate de investidura carente de vislumbrar una solución tan trascendental para el devenir de nuestros intereses presentes y futuros.

Munch nos evoca: «Algunos colores se reconcilian entre sí, otros sólo chocan». Pincelada reflexiva la que se traza en este boceto-país coetáneo titulado «sinrazón».