Un actor que se hace llamar Willy Toledo reputó el otro día de gusano, pobre hombre y traidor al atleta cubano Orlando Ortega por ganar para España una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río. Le faltó decir que la medalla era de plata de la que cagó la gata, pero se conoce que ese día no estaba inspirado.

El afrentado Ortega es, en realidad, uno de los muchos deportistas extranjeros procedentes del antiguo -y actual- campo comunista que han cambiado de nacionalidad por razones probablemente económicas. Decenas de jugadores cubanos habían huido antes de su país (porque de Cuba se huye, no se sale) para hacer carrera en la liga de béisbol de los Estados Unidos.

Otros, como el velocista Ortega, corrieron a buscar mejores patrocinios en España, país que también nacionalizó a un montón de atletas en vísperas de los Juegos de Río. Entre ellos figuran el cubano Yidiel Contreras, los ucranianos Viktor Lazarenko y Yevheniya Chystyakova y el marroquí Ilias Fifa, que entró a España camuflado en los bajos de un camión, como muchos otros de sus excompatriotas. Toda una legión extranjera que evoca los tiempos de los Tercios de Flandes, que igualmente se beneficiaban de una recluta mercenaria y multinacional.

Cuba en particular es una potencia deportiva, como en su día lo fueron la Unión Soviética y sus Estados dependientes del Este de Europa, ahora integrados -ay- en la liberal y capitalista Unión Europea.

Por razones que es difícil esclarecer, los países del socialismo científico se dedicaron a trabajar exitosamente la música, el ballet y el músculo, criando atletas de granja que tenían la enojosa costumbre de desertar y pasarse al enemigo. Los rusos de la era soviética solían resumir este hábito en un chiste. «¿Qué es el Cuarteto de Cámara de Moscú?», se preguntaban. Y respondían: «La Gran Orquesta Sinfónica de la URSS, después de una gira por Europa Occidental».

Quizá Willy Toledo ignorase esta tendencia de los músicos y/o deportistas a la tocata y fuga del paraíso socialista cuando decidió «cagarse siete veces» en la medalla de plata de Orlando Ortega, comprada, a su juicio, «con el sucio dinero robado al pueblo trabajador español».

Lo curioso del asunto es que Toledo podría ser sospechoso de revisionismo en la propia Cuba, donde vivió durante un tiempo. Apenas un mes después de avecindarse en La Habana, el bueno de Willy se lanzó a alabar lo mucho que había mejorado la economía de ese país gracias a los «negocios» recién autorizados por el Gobierno. Negocios privados, naturalmente.

Aunque él no lo advirtiese, lo que fascinaba al actor español eran las módicas privatizaciones que el general Raúl Castro, hermano y heredero de Fidel, permitió a su llegada al poder. Celebraba Toledo esta medida de orden vergonzantemente capitalista con la que el régimen de los Castro pretendió aliviar un poco las escaseces propias de un sistema en el que todo (incluso la gente) pertenece al Estado. Revisionismo puro.

Precisamente es ese ánimo de lucro el fundamento del capitalismo y la razón que impulsa al corredor Orlando Ortega -entre otros muchos- a buscar una mejora de su situación en otros países. Algunos, como el bueno de Willy, no se han enterado aún y ahí siguen, defecando sobre las medallas de los traidores. No hay nada que hacer con gente tan antigua.