He pasado un viaje de hora y media por carretera oyendo tertulianos radiofónicos. Es un hábito que cultivo con la culpa y el placer que da la clandestinidad preventiva, antes de que lo acabe prohibiendo la Dirección General de Tráfico por ser más peligroso para la atención al tráfico que ir jugando a Pokémon Go a 160 kilómetros por hora. Los tertulianos viven el bochorno político de estos días sin aire acondicionado y a algunos se les nota la desazón, el boqueo respiratorio, la chopada sobaquera, la irascibilidad de este tardoagosto ardiente en el parlamento y en el monte. Se oyen cosas incendiarias y hay que aprovechar para escucharlas antes de que quiten puntos del carné por oír tertulias al volante por riesgo de accidentes o de que salte una chispa fuera del coche y acabe carbonizando una urbanización.

Tertulianos de uno y otro bando están dando motivos por los que los populares y los socialistas quieren unas terceras elecciones sin hacer caso a los discretos requerimientos del rey ni al hartazgo popular. Hace unos días ni PP ni PSOE querían volver a las urnas pero ahora todo son motivos secretos, según susurran voces autorizadas y anónimas del viejo bipartidismo. Queda por decidir que la jornada de votación no diste demasiado del gordo de Navidad (propongo como fecha del sorteo la jornada de reflexión).

Vivimos un espectáculo circense tan largo que no creo que el triple salto mortal salga a la tercera por más que peligre la vida del artista. Dado que la negociación está excluida de la práctica política y que -sea por las inercias, sea por los giros inesperados- nunca aciertan las encuestas prefiero ir pensando en las cuartas elecciones generales. Visto por encima (y sin tener en cuenta los cambios que puedan introducir los partidos para acortar las campañas oficiales) van a caer en plena operación burkini, con la tensión que tiene eso.